Veneno…

Son las cinco de la tarde y llevo más de dos horas dándole vueltas a la cabeza. Apenas he probado bocado y no tengo intención de lavar la vajilla. Tengo el cuerpo anestesiado y, sin embargo, no pienso hacer ningún esfuerzo para levantarme.

Habíamos discutido. Entonces estuve de acuerdo cuando me dijo que saldría a dar una vuelta. Pensé que lo mejor era que se marchase por un rato y que tomara un poco de aire.  Todavía tengo grabado en la cabeza el cabreo que llevaba. Me miró con desprecio y salió sin despedirse. El ruido del portazo hizo temblar toda la casa.

 A decir verdad hace tiempo que las cosas no andan bien. Se podría decir que comenzaron a torcerse cuando perdí mi último trabajo. Un trabajo de mierda, como todos los que encontré desde que comenzó la crisis en España. Lo cierto es que la relación se fue a pique y ya nada volvió a ser igual.   

Lo que sorprende es notar como la vida se va tomar por saco de un momento para otro, lo que más llama la atención es ver lo rápido que se pasa de ser un hombre a ser un desempleado. Y si bien al comienzo uno se creyó que iba a resistir, luego se da cuenta de que eso no es más que un reflejo alimentado por la necesidad  de que las cosas no cambien. Y sí que lo hacen, y lo hacen demasiado rápido. Pronto las deudas comienzan a crecer y ese amor que, al principio parecía indestructible, muestra su verdadera cara.

Es como una picadura de avispa. La dosis es tan pequeña que uno ni se da cuenta. Y como uno no se da cuenta el veneno se escurre hasta llegar a esos rincones donde la sangre se muestra más fuerte. Entonces los sentidos se paralizan y las impresiones se alteran por completo: somos incapaces de ver,  de sentir, de mover un dedo, de decir una palabra con normalidad. La dosis es tan pequeña que la vida te pasa por delante de los ojos y tú la ves como si fueras un espectador: el banco amenaza con quitarte la casa, te ves obligado a vender el coche, tus hijos comienzan a mirarte como si fueras un desgraciado, tu mujer aprovecha cualquier ocasión para insultarte. Ves como el drama cobra en intensidad pero tú no reaccionas. No lo haces porque el veneno que corre por tus venas no te permite observar con claridad que la realidad te eligió a ti, como a tantos otros que lo han perdido todo.

Una extraña fuerza me atrapa a la silla. Vuelvo a estar solo y esto nada ni nadie parece poder evitarlo. Es inútil. Apenas han pasado dos horas y vaya a saber por qué mi cuerpo vuelve experimentar una sensación conocida. La misma impresión que sentía antes de que nuestros destinos se cruzaran. La misma solo que antes la crisis era una palabra mía.

Anoche cuando llegué a casa –luego de una entrevista de trabajo– sentí la necesidad de olvidar; y cuando eso me pasa busco refugio en las cosas que más me gustan.  A veces leo un libro, otras veo una película, escribo. Esta vez me dio por abrir una botella de vino tinto y ponerme a escuchar unos tangos. Éstos me trajeron un montón de recuerdos y se me cayeron un par de lágrimas. Tuve ganas de volver.

Son las cinco de la tarde y hace más de dos horas que no sé nada de ella. No pienso llamarla. La silla a la que estoy sujeto es como la cama de un condenado: el líquido se abre paso en mis venas y lentamente recala en mis huesos. Mi vida no es más que una palabra, vacía. La relación se murió el día que me dijo que había dejado de admirarme…

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