Una relación…

Una relación es una revolución permanente, es también un acto de fe y de esperanza; desarroparla de su cualidad ética es, tal vez, al mismo tiempo revestirla de sentido. Porque si hablamos de relaciones debemos pensar en el curso de la historia y asumir, claro está, el presente que hemos construido.

Por eso, todo aquel que se sumerja en ese río no solo estará transformándose sino que estará transformando. Pensarlo así es hacernos absolutamente responsables del dolor y de la desigualdad, del presente y de un posible futuro.

Como bien dijo un filósofo italiano, vivimos envueltos en un océano de símbolos que nos sobrepasan y que hacen de nosotros ritmos desafinados: no solo soy incapaz de encontrar el ritmo sino que me he acostumbrado a caminar asumiendo esa patología.                                             

Pero una relación no es solo encontrar el ritmo, es atravesar un umbral en el que la luz nos ayude a avanzar; es habitar el escenario de dos en el que solo se sobrevive cuando los personajes tienen la capacidad de interpretar y de interpretarse.

¿Y qué es eso de interpretar? interpretar es comprender que los actos tienen un carácter performativo; que caminar, sentir, pensar, desear, son impulsos que solo tienen lugar en el presente y que el mañana es el enigma que siempre se nos presenta como un desafío; un desafío en el que tiene lugar el milagro de que exista otro que actué o que piense distinto a como lo hacemos nosotros.

Y si es verdad que el universo se expande, por qué no pensar a cada relación como significado para que la vida siga…

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