El rostro es esa radiografía que representa nuestro pasado cosificado, es también ese espejo donde se reflejan nuestros aciertos y nuestros errores; y cuando estos últimos son los que triunfan, inexorablemente, nuestro semblante nos condena. Nos obliga a deambular eternamente por las calles con el peso de una máscara que se va deteriorando cada vez más.
La piel obedece a un patrón que está directamente condicionado por la familia. Pero también con el entorno socio cultural y político. La piel no responde a una conducta genética ni a nada que tenga relación con el resultado que se produce cuando dos cuerpos se encuentran. Ésta se va desarrollando con absoluta libertad y un día se da cuenta de que su función se ha terminado. Se seca y se transforma en polvo.
Pero para llegar hasta ahí, antes tienen que pasar muchas cosas; hechos que van transformándose en gestos y en expresiones; muecas que con el tiempo se instalaran en el rostro y que pronto irán marcando lo que verdaderamente ha pasado con esa vida. Y es sin dudas la familia, la que con sus decisiones va moldeando a ese pequeño vástago que un día se transformará en un hombre. Es ésta la que carga sobre él las frustraciones o los deseos más nobles.
Entonces el niño no es más que un conejillo de indias. Un simpático ratón lacerado e indefenso que tiene por función obedecer. Obedecer y cargar con las limitaciones de sus padres. La libertad solo la encuentra en la soledad y en el juego, pero éste dura demasiado poco. Las instituciones colaboran en el experimento y pronto advierte que es parte de un proyecto del que no ha sido informado. Y entonces la piel pierde otra batalla.
Y es así como el niño atraviesa su primera etapa: con una sonrisa en los labios y soportando el pesado lastre que, poco a poco, va frunciendo su ceño. Cada vez más se reducen los tiempos de libertad y comienza a aceptar, aunque a regañadientes, una frase que lo marcará para siempre: no se puede. Frustración, idiotismo, decadencia, mediocridad, son palabras un tanto extrañas para un niño que está creciendo, pero no para la piel que se alimenta de éstas día tras día. Crece y en su rostro de adolescente se dibujan el amor o el egoísmo de la familia; se hace mayor y el país no se escapa de esta gran responsabilidad. Y aunque haya tenido la suerte de llevar una vida acomodada, la piel hizo su trabajo y dibujó en su rostro la apariencia que solo a él le corresponde.
Los hombres lo tienen difícil, el cinismo y la hipocresía rara vez se escapa a lo que tiene lugar detrás del rostro. Las células vienen haciendo su trabajo desde el primer día y por más esfuerzo que se ponga en modificar la expresión, ésta te sigue advirtiendo que no eres más que una cucaracha. Las mujeres en cambio lo tienen un poco más fácil, el maquillaje no solo las hace más atractivas sino que logra borrar algunas de sus limitaciones. Pero al igual que los hombres, se quedan sin aliados cuando pretenden ocultar esas oscuras expresiones, o expresiones disgustosas, que se reflejan en la piel y que tienen su origen en el alma…
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