Tal vez todo se solucione con crear un mantra: Borges por ejemplo. O quizás con una gran biblioteca, o con cientos de bibliotecas en las que se prohíban los libros de economía y esos otros que nos dicen como ser perfectos o como tener éxito. Éxito y perfecto son dos de las palabras que deberán ser prohibidas.
No, no se trata de prohibir pero para que todo cambio tenga resultado siempre tiene que haber un filtro; y este tamiz prefiere quedarse solo con las palabras que considera necesarias. Competencia será otra de las palabras que también deberá ser eliminada.
Porque el mejor no compite. El mejor elige su camino y en él va labrando su porvenir. El mejor no se considera el mejor sino alguien que disfruta de lo que hace. El mejor no quiere decir el más destacado, el más rápido, o el más exitoso. El mejor es aquel que entiende que la dicha pasa por ser consciente. Y el mejor sabe, entre otras cosas, que conciencia es una palabra que tiene su origen en el vientre de la madre.
Por eso, y solo por delirar nomás, tal vez debamos comenzar por la familia y en ella establecer algunos cambios. El primero entender que la libertad del niño es sagrada y que cada meta que carguemos sobre su espalda puede ser una condena. No olvidemos que Freud nos dijo que la personalidad del niño se forma antes de entrar en lo que él llama el periodo de latencia. Segundo, además de pelotas o cualquier otro tipo de juguetes, cada casa deberá albergar un instrumento musical. Tercero, los padres deberán entender que la niñez es la etapa de la vida más importante de cada persona. Cuarto y todavía más importante, todo el amor que el niño reciba será el mejor alimento del que se proveerá para enfrentar el futuro.
En la escuela, solo por continuar con el delirio, los maestros deberán, en primer lugar, determinar un día al que llamarán con el nombre de: “Día del aprendizaje”; y en él los niños intercambiaran su residencia con el compañero hasta el día siguiente. Eso no solo llevará a los padres a ser menos influyentes sino que dará la posibilidad al niño de aprender de otro entorno. Segundo, los maestros deberán establecer una hora dedicada a la creatividad, en la que no solo podrán proponer distintas actividades, sino que tendrán la posibilidad de observar a los chicos con mayor libertad. Tercero, se leerá a Whitman desde el primero al último curso. Cuarto y más importante, los maestros antes de pretender ser maestros, tendrán que pasar por unos rigurosos test psicológicos.
La política no deberá habitar en el universo del niño hasta que éste no cumpla la mayoría de edad. Se le enseñara reglas de civismo pero sin que éstas estén manchadas por tintes ideológicos. Es mejor insistir con el respeto a la comunidad o el amor al prójimo que intoxicar su vida con asuntos que no lo van a llevar a ninguna parte.
En la facultad, además de la carrera que se imparta, se deberá insistir con la literatura: Homero, Lucrecio, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare, Goethe, Hamsun, Faulkner, Borges y algunos otros, deberán ser dominados por el estudiante con cierta facilidad. Y a la tesis, sea la tesis que sea, se le deberá sumar un nombre: Krishnamurti.
Una vez cumplida la mayoría de edad o acabada la facultad el adolescente tiene que tener claro que debe tomar una mochila e irse. A otro país, el que sea. Solo así podrá entender que su realidad también puede contener otras realidades. De no hacerlo, el estudiante o la persona, cargará con la limitación característica del experto que hoy vemos muy frecuentemente en los televisores: será incapaz de salirse del entorno en el cual se ha desarrollado.
Tal vez solo se trate de soñar; soñar y entender que el sueño no es algo propio de la niñez sino una continuidad que nos acompaña el resto de nuestra vida. Y entonces, ya no nos dará vergüenza utilizar algunas palabras; porque decir político o política, ya no serán palabras que nos cueste pronunciar sino que serán sinónimos de honradez y de eficiencia.
Sé que el camino es largo, y que para ello antes tendremos que entender que hoy el mundo no es más que una fábrica de deseos. De deseos desechables. Desechables porque la verdadera felicidad no está en atiborrarse de cosas, sino en mirar hacia adentro y en caminar liviano de equipaje…
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