A veces creo que nada de lo que hago tiene sentido. Incluso, me atrevo a pensar que nada de lo que hacen los demás tampoco. O dicho con otras palabras, ¿por qué me empecino en buscarle a todo un sentido?
Sin embargo, me levanto cada día y voy al trabajo. Me dejo arrastrar por el impulso de la mañana y en un principio todo es normal. Pero cuando esa energía se va desgastando comienzan las preocupaciones. Y entonces, me digo: ¿quién no las tiene? ¿Qué persona está libre de querer mandar todo al diablo?
Y la verdad es que hay muchos ejemplos de hombres y mujeres que viven mejor o que, al menos, han encontrado la manera de apartarse del ruido. Gente de carne y hueso que han preferido mirar en su interior a tomar un antidepresivo. <Pero su modo de vida es demasiado aburrida, o demasiado sacrificada; además ellos tienen tiempo y yo no> –pienso. Excusas, excusas de todo tipo que acaban por convencerme de que no hay hombre o mujer que no esté atrapado por las preocupaciones.
Y lo cierto es que sí en verdad existe una realidad, esa es la que vive en mi cabeza: una mente conformada por la cultura dentro de la limitada estructura del yo. Cada paso que doy, cada decisión que tomo está condicionada. Y por lo tanto nuestras respuestas siempre son insuficientes.
Los antidepresivos funcionan porque detrás hay un gran negocio. Los laboratorios han decidido hacerle el juego al sistema y les ha convenido aceptar que el problema no está fuera sino en la química del cerebro. Un cerebro que pareciera no estar hecho para reflexionar sino para pensar en función del trabajo. No, los antidepresivos no pretenden curar sino que están hechos para acabar con el bloqueo.
Insisto, como bien dijo un gran maestro: no hay camino hacia la realidad como tampoco hacia la verdad. Yo debo ser mi propio maestro y mi propio discípulo también. Tengo que poner en duda todas las cosas que el hombre ha aceptado como válidas y, a partir de ahí, decidir el paso siguiente. Debo ser consciente de que no soy una entidad aparte, sino que soy una realidad que vive en el presente, y que existo solo en relación con las cosas, las personas y las ideas, y que al estudiar mis relaciones con las cosas y las personas fuera de mí, así como las cosas internas, comienzo a conocerme a mí mismo. No partiendo del pasado ni de ideas abstractas, sino entendiéndome como un organismo vivo que se ha decidido a aprender a cada minuto y a cada instante. No apoyándome en ningún libro sagrado ni en ningún erudito, sino viéndome como una entidad fresca y viva que se ha propuesto observar y escuchar, ver y actuar solo en función del presente. Y entonces ya no tendré necesidad de apoyarme más que en mi experiencia, en esa libertad que mora dentro de mí y que en ocasiones suele ser confundida. Confundida por esos que también han encontrado en la libertad un buen negocio.
Lo cierto es que yo he creado al mundo tal como soy, y si nada tiene sentido, es tal vez porque alguien o más bien algunos se han empecinado en hacerme creer en que no lo tenga. No sé, yo siempre insisto en mirar hacia adentro, y en cuanto al mundo la palabra absurdo sea tal vez la que mejor lo define. Pero no voy a negar que, en ocasiones (y esto por lo general me pasa cuando miro una puesta de sol o cuando observo la belleza de un río), pienso en las palabras de un hombre que ha recorrido el mundo con una canción y una guitarra en la mano: no estás deprimido, estás distraído…
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