Talibanes del trabajo…

Yo digo que somos unos auténticos fanáticos, y que esta enfermedad comenzó a gestarse luego de que Lutero se quitara del medio las ideas  de Aristóteles. A partir de ahí, nuestro tiempo, pasó a cobrar un sentido más amplio. Dejamos de apreciar los tiempos de libertad y de ocio y pasamos a convertirnos en sujetos productivos. Aniquilamos aquel espacio dedicado a la reflexión y al disfrute de las cosas bellas y lo sustituimos por largas jornadas laborales compuestas por intervalos de descanso que solo sirven para volver al trabajo. Hoy no solo estamos hechos para trabajar sino que nos hemos convertido en talibanes.

Talibanes dentro de un juego productivo. Talibanes visibles y talibanes en la sombra. Talibanes con mucho poder y talibanes seriamente necesitados. Talibanes que forman ejércitos y talibanes que no forman nada pero que son igual de peligrosos. Talibanes que profesan un discurso amoral y talibanes decididos a naturalizar la mentira. Talibanes grandes, medianos y pequeños. Talibanes de todos los tamaños y de todos los colores. Talibanes de saco y corbata y talibanes que llevan botas de seguridad y visten con ropa de trabajo. Talibanes que van a la iglesia y talibanes que no van a ninguna parte. Talibanes conscientes y talibanes incapaces de ver otra salida.

Y lo cierto es que no, no estamos genéticamente hechos para trabajar. Y si bien nuestro trabajo nos define, no debemos olvidar que somos seres atravesados por comportamientos culturales. Mecanismos que nos hacen y que nos dan forma. Que nos dicen que hay que trabajar porque si no lo hacemos la economía no crece.

Pero eso no es así. Porque el problema de la escasez ha sido resuelto hace mucho tiempo, tanto que aún la historia no había nacido, tanto que el tiempo no significaba nada. Nada, porque el cazador recolector solo se contentaba con vivir el día a día; con compartir su alimento y con fomentar reglas de convivencia que le permitían entenderse mejor con sus semejantes. Pero un día esto cambió y el agricultor prefirió darle valor a la tierra. A partir de ahí, el tiempo no solo comenzó a tener un sentido, un sentido laboral, sino que la historia toma el rumbo que ya conocemos.

Es verdad que para algunas personas este hecho puede sonar extraño, sobre todo para aquellas que no se permiten hacer otra cosa más que trabajar. Pero el sistema, este sistema que nos moldea y del cual formamos parte, no es más que una máquina de producir deseos. Deseos que una vez alcanzados nos llevan a desplazar la línea de llegada. Su objetivo no es acabar con la escasez sino es convertirnos en fundamentalistas del trabajo.

Y lo cierto es que hemos naturalizado esta idea de tal manera que en esa aceptación ya no nos permitimos ver la encrucijada. El trabajo domina cada una de nuestras acciones y como las domina a su antojo hemos dejado de ser seres humanos para pasar a ser como esos caballos mansos que tiran de los carros para turistas: no solo hemos perdido el brío revolucionario sino que estamos tan convencidos de lo que tenemos delante que ya no se nos ocurre pensar en otra cosa.

Pero repito, no estamos genéticamente hechos para trabajar. De hecho un antropólogo que no pierde la esperanza nos dice: la clave está en apartarnos de las ideologías o explorar el camino de la renta básica universal. Y que para eso necesitamos un cambio cultural que nos permita entender que la utopía no es perseguir la abundancia, sino pasar a apreciarla…

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