Sucedió en Canarias…

El mar estaba furioso y las gaviotas revoloteaban en el cielo abierto, la arena yacía tibia y una curiosa energía rondaba en el ambiente. El sol estaba a punto de esconderse y desde el cielo se desprendía un color rojizo que pretendía anunciar la llegada de algo asombroso, desconcertante.

Las olas llegaban con fuerza hacia la costa y en su retroceso machas de espuma blanca pintaban la playa. Pero de pronto, ya no el cielo sino todo a mí alrededor se tiñó de rojo, el rumor de la marea se hizo más insistente y el olor de la sal intentó avivar un recuerdo.

Y entonces, me vi dominado por una visión, un ensueño que duró apenas unos segundos, unos instantes en los que volví a ser creyente otra vez y en los que le pedí a Dios que no interviniera; le rogué que hiciera todo lo posible por mirar hacia otro lado. Y no conforme con eso, atiné a rasgarme la piel pero, aun así, no fui capaz de saber si esa visión era real o estaba siendo víctima de algo que desconocía.

Sin embargo al volver, todo seguía igual, quiero decir la situación continuaba tan confusa como al principio; pero lo curioso fue que la imagen no se había apartado ni un centímetro de mi lado, y su intención parecía tan segura como al comienzo. ¡Es real!, me dije; y aún sin estar del todo convencido, giré la cabeza hacia atrás para ver si el escenario era el mismo o comprobar si algo había cambiado.

No recuerdo su nombre, solo sé que nos besamos y nos reímos hasta morir la tarde. Nos revolcamos en la arena hasta que el mundo se quedó en silencio. Sucedió en Canarias, jamás podré olvidar el olor de su piel, y ese rostro que me cautivó desde el primer instante…

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