Sincericidio…

¿Quién soy? ¿Quién soy cuando no estoy escribiendo o cuando no estoy absorbido por esa actividad en la que me encuentro a salvo?  La respuesta no solo es difícil de responder sino que me pone  cara a cara con un tipo al que llevo viendo en el espejo hace ya algunos años. Un tipo al que creo conocer pero en verdad no conozco. Y si no lo conozco no es porque sufra alguna especie de minusvalía sino porque escuché por ahí que decir lo contrario te convierte en un hombre muerto.

Pero más allá de eso reconozco que tengo infinidad de limitaciones. Prejuicios que debo superar. Etapas en las que todavía no he salido victorioso. Y si bien es verdad que uno jamás termina de aprender, en ocasiones, me avergüenza aceptar que aún con mi edad continúe cometiendo los mismos errores.

Y lo cierto es que no soy más que un tipo corriente. Alguien que sueña y se despierta temprano, y al que las mañanas lo encuentran con lagañas y la saliva espesa; que va al baño, orina y hace lo que todo el mundo. Alguien que desde que vive fuera desayuna con café, no porque le resulte difícil conseguir yerba mate, sino porque cree que ésta sabe más amarga cuando no se comparte.

Un ser humano medio, mediocre, ambivalente, contradictorio, que en ocasiones sueña con ser reconocido pero que siente miedo, miedo de la imbecilidad que pareciera aflorar por todas partes. Un vegetariano aburrido que, cuando no está escribiendo, lee a escritores americanos porque ve en ellos a los maestros que alguna vez le hubiera gustado tener; alguien simple que, vaya saber por qué curiosa razón, cuando no escribe o no lee, se entretiene viendo cine clásico y en particular melodramas franceses donde los actores se pasan diciendo pourquoi durante toda la película.

Un tipo patético, cursi, melancólico, que llora con facilidad y que se enorgullece de ser un caballero o de tener gestos de galantería. Un hombre común y en ocasiones egoísta que, en lugar de entregar su vida a una buena causa, se atrinchera en su habitación con el ridículo y absurdo afán de que la inspiración sustituya el poder que alberga en sus manos.

Un hereje moderno, un disidente, un iluso, un libertario; un neandertal apasionado y supersticioso con un extraño apego a la soledad y al aburrimiento. Un argentino con deseos de amar que carga con las limitaciones de un mundo que no ha hecho más que fastidiarlo. Un ser, que no se diferencia de nadie sino que, al igual que la gran mayoría, alberga un lado oscuro.

No, no soy nada especial. Y si bien reconozco que esto es apenas una parte, es también un sincericidio. Pero qué más da. Mi ego solo se crece cuando estoy frente al ordenador. Una vez fuera de esta actividad no soy más que una piedra, pequeña, pequeñita, un guijarro hundido en la tierra, alguien anónimo que se desplaza en bicicleta y que, con el tiempo, ha aprendido a disfrutar de las cosas simples…

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