Una energía me arrastra desde algún lugar, y navego en un sueño habitado por sombras que me impulsan a seguir y en las que en todo momento pareciera que pretenden revelarse; y a pesar de que la oscuridad habita en cada rincón, ante mis ojos un pequeño brillo tiene lugar y a él me aferro, en él se abre una nueva posibilidad, o una nueva esperanza para comenzar con éxito la mañana.
La luz que entra por la ventana es como un bálsamo, un gesto claro, una caricia, una fragancia sutil que se contrapone con la oscuridad y que me lleva en volandas a través del tiempo. Y entonces, casi sin darme cuenta, me enfrento al mismo rostro de siempre. Solo que esta vez el espejo parece dispuesto a ir más lejos: un lunar que nunca antes había visto, da paso a una nueva arruga, a una nueva mancha, a una nueva cana. El tiempo pasó y yo acabo de advertirlo.
Y afectado por este repentino descubrimiento, un agrio malestar se apodera de mí y me llevo una mano al estómago. Luego atravieso el pasillo sin apartar la mano del vientre y me dirijo al salón; y desde allí, recorro cada uno de los títulos que adornan la biblioteca, cada uno de los hombres y mujeres que he admirado. Esas personas que me hicieron crecer y de las cuales estoy agradecido.
Sin embargo, durante el período que dura este minucioso recorrido, soy incapaz de comprender el motivo de esa urgencia que me detiene frente a los libros como un palo seco y sin vida.
Pero de pronto creo escuchar voces, ruidos, ecos que bajan desde la biblioteca e invaden toda la habitación; sonidos que retumban en las paredes del salón y que intentan sin éxito decirme alguna cosa. Y ya cuando todo hace sospechar que algo no anda bien, ya cuando comienzo a creer que me estoy volviendo loco, el ruido se hace más insistente y logro oír un nombre, un nombre que había olvidado hace mucho tiempo.
Entonces camino hacia la cómoda y tomo un retrato que descansa sobre uno de los estantes, junto a unos adornos que no tienen demasiada importancia; y al retenerlo frente a mí, advierto que nada de lo que estoy sintiendo es casual. La imagen de ese niño que sostengo entre mis dedos es la respuesta de que tuve una infancia feliz, de que si he logrado hacer algo con mi vida se debe a eso. Sin embargo, mientras miro la foto, no puedo evitar que me invada una profunda tristeza…
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