Reflexiones de un anarcohumanista…

Llevo largas horas escribiendo y pensando, pensando sobre todo y, aunque parezca una idiotez o el deseo utópico de un viejo anarquista revolucionario, llegué a una conclusión: la única manera de cambiar las cosas y de que volvamos a retomar el camino, es comenzar por una pregunta: ¿por qué…? ¿Por qué deseo traer un niño a este mundo?

Y una vez planteado este interrogante, que en primera instancia puede representar un atentado directo en contra de la especie humana, ser capaces no sólo de asumir esa responsabilidad sino tener la capacidad de ponerse en el lugar de ese niño que se manifiesta en forma de deseo; ser conscientes de que esa proyección un día crecerá y se convertirá en un hombre expuesto a los intereses de otros hombres, quienes, entre otras cosas, desarrollarán sobre él un sentimiento de país sin que pueda hacer nada por evitarlo, nada por evitar el golpeteo constante de palabras sobre su mente, que poco a poco, irán infectando su cerebro con términos como patria o patriotismo; palabras que no solo harán mella en su cabeza, sino que se clavarán en su corazón hasta hacerle creer que pertenece a un lugar y que ese país limitado por otros países en donde nació es su tierra y que esa porción de tierra es su casa. Entonces su suerte se sumará a la de otras tantas almas que antes de llegar a la mayoría de edad habrán sido condicionadas por una sociedad que a través de las instituciones y los medios de comunicación ha logrado su objetivo: capturar su subjetividad.

Sartre dijo alguna vez: “el hombre es lo que hace con aquello que hicieron de él”. Aludiendo a la idea de que un día el hombre debe dejar a un lado todo ese bagaje de conocimientos que ha recibido por parte de la familia, la escuela u otras instituciones y entender que las excusas o las culpas no son amigas de las soluciones, y entonces asumir que ha nacido para ser libre, y que esa libertad lo pone sólo ante el mundo obligándolo a tomar sus propias decisiones. ¿Pero qué libertad puede haber cuando uno vive bajo un sistema que lo condiciona desde que nace y lo lleva a convertirse en un engranaje aceitado y funcional que responde a un plan que a los mismos creadores se les ha ido de las manos? ¿Qué libertad puede haber cuando la ciencia nos viene a decir que el libre albedrio no es más que el capricho de las circunstancias?

Lo cierto es que, si después de pensar en lo bueno y en lo malo de la decisión de traer un niño al mundo, amparados quizás, en ese poder que nos confiere la vida, decidimos seguir adelante, debemos ser capaces de tomar el compromiso de luchar contra esas diferencias y sobre todo, asumir que existe una minoría invisible a la que la mayoría de los gobiernos debe someterse; debemos asumir que los ciudadanos no somos más que seres estratificados unidos por un único Dios: el dinero.

John Locke decía que, cuando nacemos nuestra mente es como una tabla rasa en la que experiencia y entorno son factores que determinan nuestro futuro; por ello, haciendo referencia a la educación de los niños nos dice: “solo es papel en blanco o cera, que habrá de ser moldeado y configurado como se desee. Pero, ¿qué hemos hecho con las mentes de nuestros propios hijos? ¿Nos cabe alguna responsabilidad en la fábrica de personas o sólo el gobierno y las instituciones son los únicos responsables de construir una sociedad más justa en la que podamos vivir libremente?

Nadie está del todo exento ni nadie es del todo culpable, ya que como bien diría Cornelius Castoriadis: al nacer nos sumergimos en una gran psique que opera de manera inconsciente sobre nosotros, cercenando nuestra libertad y sometiéndonos a mecanismos de heteronomía. Al nacer la sociedad nos atrapa con su lenguaje, con sus leyes, sus convenciones, sus costumbres, convirtiéndonos en víctimas de un destino que sólo puede ser revertido cuando esa coerción se visibiliza. Y según él, los gobiernos deberían estimular a sus ciudadanos para alcanzar un pensamiento autónomo.

 Ahora bien, ¿cómo se hace para superar este devenir histórico que ha dividido al mundo y le ha hecho creer que esta es la única realidad posible? ¿Es suficiente con justificarse y pensar que todo tenía que ser de esta manera, y creer que Torquemada, Stalin y Hitler por citar algunos nombres, no se podían haber evitado? Desde luego que no, sólo hay que nombrar a Krishnamurti para entender que todo ha sido creado por el hombre.

A la respuesta de la pregunta del principio yo le digo, un niño es un sueño hecho realidad que jamás debe ser traicionado…   

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