Hay palabras que suelen ponerse de moda y entonces sucede que las escuchamos todo el tiempo; palabras, que en boca de personas un poco raras o extremadamente sensibles, cambian de significado o tienen un plus que transforma un suceso corriente en un acontecimiento extraordinario.
Las decimos cuando desde la televisión vemos como una pareja de baile realiza una gran performance o, cuando en un partido de tenis uno de los jugadores resuelve una jugada de manera inesperada; las dice una amiga cuando desde una butaca de cine la escena de una película logra conmoverla; las dice un amigo cuando una mañana llegando al trabajo el ascensor lo pone cara a cara con la mujer de sus sueños.
Y es así como una palabra que entraña un sentimiento, entre comillas, real, al ser pronunciada constantemente va dejando de tener el mismo valor; como una palabra creada a partir de una simple convención normativa, utilizada repetidamente, se transforma en parte de este juego que nos garantiza la aceptación del otro, del entorno, y nos hace sentir que pertenecemos a un grupo.
Es que no vamos por la vida pensando en el verdadero significado de las palabras, no vamos por el mundo deteniéndonos en cada frase. Actuamos inconscientemente. Y lo único que nos preocupa es usar esa palabra, y, si más o menos tiene sentido en el contexto de lo que pretendemos decir, nos refuerza ese ego que necesitamos para seguir adelante; nos aporta esa dosis de confianza que no es otra cosa que una hormona de bienestar alcanzando cada centímetro de nuestro cuerpo, salpicando cada rincón de nuestra alma.
Sin embargo, esa necesidad de ser aceptado es, tal vez sin darnos cuenta, lo que nos priva de ser originales; lo que nos sumerge en el vértigo repetitivo de lo igual, lo que nos impide detenernos anulando la posibilidad de ser nosotros mismos.
Pero bueno: ¿quién es capaz de levantar la mano y decir que es el hombre más original del planeta?, ¿quién aquel que pueda decir a mí no hay nadie que me dice como tengo que pensar, como debo actuar o, nadie que me diga lo que tengo que decir?
Lo cierto es que son muy pocos los hombres que caminan por las calles recubiertos por una especie de aura; la verdad es que son pocas las personas ajenas a las influencias de los medios de comunicación o inmunes a esa suerte de terrorismo que nos obliga a cambiar constantemente.
Lo común, es ser parte de esta “rara sensibilidad”, que siempre aprovecha la ocasión de encontrar el motivo, o esa palabra, que nos haga pertenecer a esta condenada existencia…
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