La risa…

Te admiro porque cada vez que te encuentro tu carácter me contagia, haciendo que todo a mí alrededor se ilumine; me gustas porque  al verte las preocupaciones y los miedos se marchan, y entonces permanezco durante horas sumergido en una sensación blanda, que solo se apaga cuando llega el momento de dormir.

La risa es una incongruencia cómica que se produce entre el cuerpo y la mente, es también una respuesta biológica producida por el organismo como contestación a determinados estímulos. La filosofía, la religión, o la ciencia, sólo por nombrar algunas disciplinas, han intentado abordar este tema y ninguna de ellas ha logrado conformar por completo. Tal vez sea por eso que me tomé la libertad de agregar que la risa es un sentimiento alimentado por el asombro que, al igual que el llanto, nos acompaña desde que nacemos.

La sociedad es como una maquina muda e insensible que se alimenta de nuestras emociones, es también una vieja hechicera que nos observa con atención, dejándonos a nuestro aire, hasta que un día nos dice vasta. Entonces sus aliados que están por todas partes, se apoderan de nuestra curiosidad y la verdadera sonrisa desaparece.

Muere el artista que nace con cada uno de nosotros y nos convertimos en una copia ordinaria y graciosa de todo lo que nos rodea. Espira la alegría que nos diferencia del resto y nos transformamos en pequeños comediantes, capaces de repetir historias que enorgullecen a nuestros padres, divierten a nuestros vecinos, a todos aquellos que nos escuchan, a todos, menos a nosotros mismos.

Es así como el espejo que representa nuestro entorno, muy pronto se transforma en un instrumento implacable, en el que gran parte de los adolescentes crecen imitando modelos que los igualan a otros jóvenes o, creyendo pertenecer a una elite que los diferencia. Y entonces  la sociedad nos sujeta y los primeros síntomas de la enfermedad aparecen.

Sin embargo la risa  nunca desaparece, respira junto a nosotros y  nos acompaña a todas partes, solo que ya no está movida por la espontaneidad y el asombro, sino que ahora es dominada por un juego de intereses inconscientes que me unen con los otros chicos o a los miembros del grupo al que pertenezco.

Porque ya no está bueno correr sin rumbo por un campo con los brazos en alto, ni abrazar a tu padre como en los tiempos en que te socorría al pie de un viejo tobogán de madera; ya no está bueno reírse por reír nomás ni hacer nada que no haya sido pensado mil veces antes. La naturalidad parece ser para los idiotas y los idiotas, al igual que los locos, siempre se quedan solos.

Pero lo peor sucede cuando nos volvemos más responsables, y nos resignamos a pensar en  la risa como en un proyecto que tiene comienzo el viernes y que se cristaliza el fin de semana, o cuando nos pasamos todo el año pensando en las vacaciones, sin pensar, que solo duran un momento y ese momento significa que se nos fue otro año de vida.

Es ahí cuando sospechamos que la sociedad nos ha jugado una mala pasada, cuando intuimos que el sistema solo favorece a unos pocos y que a esos pocos les importa un bledo donde fueron a parar nuestros sueños de niños. Cuando nos damos cuenta de que se han apoderado de nuestra conciencia y que al hacerlo, no solo se han adueñado de nuestra vida sino que además, nos han quitado nuestro bien más preciado…

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