La melodía de la tierra…

Esta rara melodía que nos atrapa desde el primer instante, no es más que una caja de música o una curiosa experiencia, que tiene por objetivo transformarnos en trompetistas; es también un camino, un sendero, una ruta que afrontamos día a día y en la que vamos descubriendo cosas, cosas que siempre acaban por sorprendernos. Y entonces uno aparta por un momento el pesimismo y entiende que el secreto está en el devenir, en ese impulso que nació con la necesidad y que nos convierte en meros caminantes.

Y lo cierto es que cuando uno vive fuera de su país, lo primero que hace es buscar cosas que lo identifiquen, cosas que tengan relación con su cultura o, al menos, algo que tenga que ver con lo que uno conoce o vivió desde pequeño; y cuando te pasa como a mi que viví en un pueblo en el que era el único argentino -al menos que yo supiera- la identidad se crece y te das cuenta de que ya no solo sos el argentino sino que además sos el latinoamericano.

Pero esta carencia a la que me enfrento, es también una posibilidad, o una nueva oportunidad de entender que el hombre es un animal social. Y que las diferencias solo están en nuestra cabeza. La cabeza de un ser pequeñito al que solo le contaron una parte de la película.

Y Retomando el camino de la exploración, a veces pasa que nos cruzamos con personas que sin pensarlo te aportan mucho más de lo que esperabas. Personas que ves con cierto desdén, no por ser inferiores a vos, sino más bien porque todavía estás en un proceso de aprendizaje: tu cultura insiste en hacerte cargar con un montón de prejuicios pero nada de lo que llevas en tu mochila refleja lo que tienes adentro.

Fue así como conocí a Ricardo, o Ricardito como me gustaba llamarle, un músico de Paraguay que tocaba la guitarra como los dioses; un amigo que además de tomar tereré y compartir las pizzas de los domingos, me enseñó los siete acordes de los cuales parten la mayoría de las melodías. Un pibe al que le había puesto Ricardito por un viejo suceso que a mi hermano y a mí nos había causado mucha gracia.  La anécdota no tenía nada de especial y sin embargo nos pareció genial. Genial porque el que la contaba, Ricardo, un hombre entrañable y ya desaparecido, no paraba de hacer gestos llenos de ternura y de repetir: ¡Corré Ricardito, corré…! Y lo cierto es que ese día Ricardito corrió. Venia de la joda pero se quitó los pantalones largos y corrió. Esos pantalones largos que solo tenían un par de semanas; un par de semanas porque Ricardito apenas tenía catorce años. Pero como las madres insistieron él corrió. Corrió porque nunca supo contradecir a ninguna mujer y porque su padre le había enseñado que antes de ponerse los pantalones largos hay que ser un caballero. Y entonces Ricardito corrió; corrió y representó a su barrio dando todo lo que tenía. Corrió con resaca y un conjunto de niños y padres no paraban de corear su nombre. Corrió y fue de los primeros en doblar la última curva. Corrió y todavía hoy en el barrio siguen gritando su nombre: ¡Corré Ricardito, corré…! Y Ricardo, Ricardito para todos los vecinos de Villa Adelina, fue el primero en cruzar la meta. La anécdota no tenía nada de especial, pero a Ricardo le había encantado.

Y si bien Alemania se presentaba como una posibilidad de quitarme a mi ex de la cabeza, tengo que decir que los primeros meses transcurrieron con un estrés insoportable. Una ansiedad hasta entonces desconocida. Y la idea de aprender una nueva lengua no tenía que ver tanto con la posibilidad de encontrar un mejor trabajo, sino más bien con la necesidad de poder comunicarme. ¡Qué horror! Qué sensación de impotencia más grande. Me sentía como si fuese una especie única, no ya el eslabón perdido, sino más bien un homínido inexistente: “Un argentino que no habla”

Pero los días pasaron y poco a poco fui sintiéndome mejor. La amistad con Ricardito se hizo más fuerte y el idioma dejó de preocuparme. La música fue el bálsamo que necesitaba y entendí que una lengua es una cultura. Y eso no es algo que se pueda aprender en un par de meses. Seguí sin poder comunicarme pero, ese problema, lo resolví con una chica italiana…

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