La intrusa…

El encuentro, los abrazos, la picada, el vino, la soda, las cervezas, el Fernet; viernes, de solteros, y un grupo de amigos reunidos a una mesa.

Entonces Pedro le pasa el pan a Juan y éste pincha un pedazo de queso; Carlos pregunta por el partido de la noche anterior y Esteban lo mira con la intención de insultarlo; Pablo le da un codazo a Ricardo y todos se ríen, incluido Esteban, que parece haberse atragantado con un trozo de salame.

Luego llega la comida y el jugo de la carne aviva aún más el ánimo de los comensales. El asado captura toda su atención y éstos sacan a relucir su voraz apetito. Las  anécdotas de siempre traen, también, las mismas confesiones de siempre, y el encuentro cumple con su objetivo: justificando aquello que parecía injustificable.

Pero de pronto, una visita inesperada se hace presente entre los comensales, y el alcohol aprovecha ese momento para confundir más las cosas. Una mujer pide fuego y los hombres no la oyen sino que parecen coincidir en un punto: un sujetador con encajes que amenaza con desafiar a la ley de la gravedad.

Y cautivados por el embrujo de una fragancia sutil y escurridiza, los hombres se apartan de todo, incluso de la amistad y en pocos segundos la camaradería se rompe. Hechizados por esta repentina aparición la  amistad es dejada a un lado y se despierta entre ellos una verdad que siglos de moralidad pretenden ocultar: el instinto se hace presente y cada uno decide pensar una estrategia.

Carlos opta por la caballerosidad y Pablo en cambio prefiere usar la inteligencia. Pedro decide mantenerse callado y elije limitarse a imaginar la energía de ese cuerpo que se arquea delante de sus ojos con la elegancia de una garza en un estanque. Los otros, incluido Esteban, ponen en práctica el piropo pero, en todos los casos, el pasteleo triunfa sobre la estrategia.

Sin embargo el encanto se rompe demasiado rápido, dejando un vacío que concluye con la amistad maltrecha y fundida en una única mirada; y la intrusa, alejándose con su cigarrillo en la mano, llevándose en un movimiento suave, sensual y displicente, la razón que pone al descubierto la naturaleza de la raza humana…. 

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