¿Por qué? ¿Qué me lleva a estar sentado frente al ordenador a esta hora de la madrugada? ¿Qué me impulsa a encender un cigarrillo y a perder las pocas horas que me quedan de sueño? ¿Será que solo es una de esas noches en las que no puedo dormir o es que hay algo que me preocupa?
Pero, ¿cómo saberlo? Además, es demasiado tarde y el cansancio no es un buen aliado cuando uno tiene la intención de esclarecer alguna cosa. Y lo cierto es que no hay nada cierto. La única verdad es que solo puedo percibir el movimiento de mis dedos acariciando el teclado, que no es otra cosa que un movimiento constante, un repiqueteo, una caricia sutil y reconfortante que transforma el aspecto de la hoja; de esta hoja virtual que se va alejando de su pureza y me hace saber que la noche no es más que una línea de signos que se acumulan y que me mantienen despierto.
Respiro y me paro a pensar en eso que me detiene frente a la pantalla, sin prestar demasiada atención a lo que estoy escribiendo. Pero un impulso que siento crecer desde el interior, me dice que no debo apartarme de la cavilación y dejar que mis manos continúen acariciando el teclado. Me advierte que el tiempo es solo una dispersión, un hilo distópico que me une a la masa y me hace parte del reino de lo igual. Una disincronía que me confunde y me aparta del objetivo.
Lo único que importa es que mantenga los ojos bien abiertos frente a la pantalla, paciente a esperar que esa voluntad decida si soy el elegido. Lo único que en verdad importa es que estoy ahí, desvelado, y no soy más que un nexo frente a una hoja virtual que busca manifestarse; una conexión hacia un camino que desconozco.
Pero de pronto, los dedos golpean con avidez el teclado y esa fuerza eclosiona; y, sin esperarlo, soy testigo de algo que no estaba en mis planes. La idea se dispara y me hace notar que no está interesada en mi oficio sino que lo que intenta es hacerme saber algo que va más allá de la escritura.
Y entonces descubro que no soy solo un escritor más detrás de una idea, sino que soy dueño de un poder, de una fuerza que en mis manos, o en las manos de cualquiera que esté dispuesto a usarla, tiene un efecto transformador. Descubro también, que el tiempo, esa línea secuencial que me hace productivo, es apenas una dimensión imaginaria creada por mí, y que si en verdad quiero cambiar algo, solo basta con pensarlo de otra manera.
Pero suena el despertador y advierto que no he pegado un ojo en toda la noche, y a pesar de que la idea está grabada en la pantalla, la realidad hace su aparición y una vez más la mediocridad me envuelve, como esos perfumes pegajosos, que no puedes hacer nada por quitártelos de encima…
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