Buenos Aires, 20 de abril del 2016…
Hoy discutí con una mujer por el tema de la grieta. Fue una discusión breve pero acalorada y, como era de suponer, no me aportó nada, nada sino todo lo contrario; me dejó pensativo y con un mal sabor de boca, con una sensación de malestar que me duró un largo rato.
Es que sólo el hecho de oír esta palabra, además de irritación, produce una imagen o la idea de algo que se quiebra, que se rompe; la sensación de que se han agotado todos los caminos, y en donde solo queda una única posibilidad: la violencia.
¿Y qué fue lo que se quebró en la sociedad Argentina en estos últimos 12 años? ¿Qué fue lo que sucedió para que la violencia tenga lugar en todas partes?
Bueno, la respuesta no es nada simple, y tal vez para comenzar a responderla, habría que empezar por la calle; ya que cuando uno camina por el barrio o habla con la gente, pareciera que una parte de la sociedad se ha fanatizado. Ya que están esas personas que defienden lo indefendible y están las otras que quieren volver a decir lo que piensan.
¿Y por qué está bueno decir lo que uno piensa? ¿Será qué esa es la única manera de funcionar como personas normales dentro de una sociedad, o será que el pensamiento del otro dentro de una comunidad es necesario? Las dos cosas, y lo cierto es que Argentina al ser un país democrático, no dista demasiado del resto de las sociedades democráticas; al menos en ese aspecto. Y como no es diferente, necesita pensarse a sí misma, y para esto, es fundamental que sus ciudadanos puedan exponer sus ideas libremente, ya que esta es la única manera de lograr reconocerse unos a otros.
Si bien llegué a decirle algunas cosas, esto último me hubiese encantado poder decírselo antes de quedarme con esta sensación de impotencia y tristeza; pero bueno, que otra cosa podía esperar de alguien que había perdido la capacidad de pensar, que otra cosa sino una mirada fría y un razonamiento simplista: vos sos como todos esos de la derecha ‑me dijo.
Me hubiera gustado decirle tantas cosas, me hubiera gustado poder hablarle del pasado y comentarle que para mí la grieta viene desde mucho antes, que viviríamos en un lugar mejor si la oligarquía hubiese hecho las cosas diferentes; o que Argentina seria otro país si Perón hubiera tenido la capacidad de aprovechar el entusiasmo de esos migrantes que depositaron en él toda su confianza. Seguramente, la fuga de cerebros nunca hubiera existido, y los jóvenes de hoy, tendrían mayores posibilidades de soñar.
Porque el mundo avanza y Argentina lleva demasiado tiempo estancada, el tiempo no espera y nadie pareciera advertir el daño que esto ocasiona. El mundo no se detiene y en otros países las universidades están llenas de adolescentes que quieren transformar el mundo; y sería fantástico que nuestros chicos, los chicos nacidos en Argentina y en Latinoamérica, tengan la posibilidad de aportar su granito de arena. Sería muy útil que esa energía revolucionaria que corre en la sangre joven, en lugar de perderse en el ruido y la estupidez, pudiera aprovecharse para transformar la realidad que hoy vivimos.
¿No será la hora de olvidarse de la grieta y fusionar toda esa pasión de la cual alardeamos y hacer algo útil? ¿No será la hora de que la tolerancia y la cordura reemplacen a esa grieta que tanto mal nos ha hecho…?
Es muy cierto lo que exponés (como argentino, lo sufro). Creía es una «pasión» que el humano ejercita sin contar qué nacionalidad practique la grieta. Sin ir muy lejos, aún hay franquistas, republicanos y anarquistas que se discuten a muerte.