Iniciación…

Incliné la copa de vino hacia mis labios sin pensarlo, y entonces noté que ya no era  el mismo; el contenido me había poseído y, un intenso olor a hipocrás, transportado a tierras que desconocía: lugares habitados por extensos montes, bosques cubiertos de flores que hacían de ese espacio un frondoso y colorido jardín en donde la meditación parecía haber encontrado su sitio. A continuación, el líquido adormeció mi lengua, dejándome un regusto que alcanzó los confines de mi conciencia.

–¡Oh mágica bebida! –pronuncié súbitamente–. ¿Por qué me atrae tanto tu color si es el mismo que ha teñido el mundo de dolor y desesperanza? ¿Por qué esta sensación de desnudez que me eriza la piel y en la que soy incapaz de reconocerme? ¿Por qué estos deseos de amar que parecieran abrazar cada rincón de la tierra?

–Porque has descubierto la puerta de la felicidad –dijo una voz que parecía provenir de un lugar muy lejano–. Porque hoy ha llegado  tu día –agregó. Y entonces giré la cabeza de un lado hacia otro para ver de dónde provenía esa misteriosa voz, pero mis ojos, una vez más, acabaron por detenerse en la copa de vino.

Y así me quedé, por unos instantes, atrapado en el efluvio que emanaba de la copa, pensando en el extraño suceso ocurrido momentos antes. Así estuve, pensativo por varios segundos, bebiendo una y otra vez, mojando mis labios, hasta convencerme de que esa repentina voz, no era más que un signo evidente de que me estaba volviendo loco.

Pero de pronto, la arcana voz extranjera volvió a pronunciarse:

–No temas –dijo y, al notar que yo era incapaz de emitir una palabra, continuó:

–Soy el peregrino que de camino a la Mecca se bañó en las aguas del Éufrates y el Tigris, y que años después se introdujo en las profundidades del monte y se dedicó a la contemplación y al silencio; el mismo que bebió con gratitud en los jardines de Nishapur, aquel que amó como ningún otro hombre.  

Una vez más miré hacia ambos lados y una vez más nadie respondió. El color del vino volvió a atraparme, y antes de que todas las teorías del sin sentido acabaran desvaneciéndose en mi cabeza, la oscura voz sentenció:

–He venido desde el Medio Oriente para darte la bienvenida, he hecho este largo viaje para recordarte que no existe el cielo ni el infierno, para advertirte que sólo existe el hoy y ese néctar que descansa en tu copa; único capaz de restituirte la juventud, ¡divina estación de las rosas y los buenos amigos!

–¡Khayyam! –grité sobresaltado–. ¡Maestro! –exclamé con emoción. Pero la voz ya no respondió. Ésta se marchó luego de pronunciar su última frase.

Y entonces, una vez más volví a quedarme atrapado en el color de la copa, una vez más el líquido mojó mis labios y, en lugar de cavilaciones, me  alcanzó con la más profunda y  reparadora calma…

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *