El testigo…

De pronto me había convertido en el anfitrión; el universo se transformó en una sola casa y yo pasé a ser uno de sus testigos. De repente las dudas se disiparon y el silencio se presentó como nunca antes lo había hecho. La muerte fue lo primero que se me vino a la cabeza y sin embargo, era capaz de oír los latidos de mi corazón. No solo estaba vivo sino que, por primera vez, pude sentir mi presencia unida a la de algo que estaba más allá de mi juicio.

Y lo cierto es que llevaba tiempo transitando el camino de la verdad. No la verdad efímera e inexistente de los filósofos (quiero decir esa verdad que nos llega a través del poder), sino aquella verdad real e imperecedera que habita en el alma de los hombres superiores. No solo ansiaba confirmar mis desconfianzas, sino liberarme de cientos de imposiciones marcadas por el paso de los siglos. Y entonces pasó que dejé de cargar con las impurezas y me convertí en apenas un hombre. Un hombre que descubrió que no era más que un aprendiz recorriendo el camino de vidas pasadas.

La soledad, la meditación y el desapego fueron vitales para avanzar y para acabar con los miedos y un día, sentí que mi cuerpo ya no me pertenecía.  El intelecto resultó ser una herramienta esencial para el discernimiento y el ego, el principal enemigo al que debía enfrentarme. Una vez comprendido esto, el camino fue mucho más fácil.

Pero sí que he tenido que luchar. Sí que he tenido que arrodillarme y suplicar ante el todo poderoso. Los deseos son como hiedras que se enredan en el cuerpo y el mío, quiero decir mi cuerpo, no pretendía otra cosa más que obedecer a sus instintos. Los sentidos tampoco eran de fiar y una noche oscura, muy oscura, creí que jamás lo conseguiría.

Sin embargo algo pasó. Los años colaboraron y un día sentí que mis esfuerzos tenían sus frutos. Las pasiones dejaron de atormentarme y los silencios se hicieron cada vez más placenteros. Y entonces, el fuego que avivaba en  mi interior, pasó a transformarse en el cálido y resplandeciente fulgor de una vela.

Hoy no soy más que un hombre que vive el presente. No solo nada me preocupa sino que la serenidad se ha hecho tan visible como la luz: me alimento cuando tengo hambre y bebo cuando siento la garganta seca; hablo si es necesario y me rio con aquellos que se muestran compasivos. Hoy no soy más que un testigo, alguien que en su interior solo alberga la aspiración de liberarse…

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