La hoja en blanco…

Desde hace años se repite la misma escena, la hoja en blanco pierde la memoria y yo no soy más que un novato enfrentado los caprichos de su oficio. No soy más que un amante intentando retomar las caricias del día anterior.

Y entonces no me queda más remedio que esperar y ser paciente. Dejarla a su aire hasta que ella decida cuando debo avanzar. Ya que un paso en falso no solo retrasaría mis intereses sino que me podría hacer perder toda la jornada.

Y así, cada día que pasa, no es un día más sino que por el contrario se transforma en una experiencia nueva. Nueva porque, al ignorar quien soy, debo encontrar la manera de seducirla otra vez.

Pero enfrentarse a ella no es nada fácil; su naturaleza pálida y esquiva, su estar desinteresado o su acentuado rechazo, puede provocar que uno desista antes de intentarlo. Además, en ocasiones, uno puede advertir que está cansada, o más bien harta de que manchen sobre ella palabras vacías y sin sentido.

Tal vez por eso todas estas muestras evidentes de indiferencia, todas estas manifestaciones de desinterés, todo este juego absurdo que nunca acabo de comprender y que se convierte en una espera que se hace cada vez más espantosa, todo este dolor que no encuentra desahogo y que me enfrenta a esta cruel y patética escena que se repite cada día.

Y entonces enciendo un cigarrillo y mi mirada se deja hipnotizar por el humo que trata de invocar un recuerdo, o despertar una imagen que le dé comienzo a mis emociones; y no tardo en descubrir que detrás de esa espesa bruma, es también la tinta la que parece estar jugando una partida desleal y sombría.

Pero de pronto nace una letra y rompe el hechizo; el encanto se desvanece y otra vez me encuentro entablando una batalla que me detiene frente a la hoja. El tiempo se hace dueño del juego y una vez más me convierto en un prisionero, en un poseso aventurado a su frialdad, a su silencio, a su desprecio, a su aniquiladora apatía. 

Y continúo así durante un largo rato, preso de la inquietud y con la mirada fija en el papel y, sin más remedio, me dejo atrapar por su temperamento hermético y por sus dudosas  intenciones, por ese resplandor que me enceguece y que por momentos me da una pequeña tregua.

Hasta que al fin logro garabatear una palabra que, junto a otras, encadenan una frase, o una oración sin demasiado sentido, y poco a poco me voy haciendo fuerte; la hoja en blanco va transformando su aspecto y junto al humo, su amenaza se va desvaneciendo, poco a poco, me dejo llevar por la intuición y es el tiempo el que alertado por mis buenas intenciones, por una vez se pone de mi lado.

Entonces, la hoja en blanco deja a un costado su protagonismo y todo este martirio del comienzo desaparece; los miedos le dan paso a la narración y la escritura vuelve a desvanecer esa duda, o ese titubeo que tiene lugar cada mañana, y que nace en lo más profundo de mi alma…    

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