Cuando rastreo en mi memoria y vuelvo al lugar en donde solía jugar a la pelota con mi hermano pequeño, cuando el perfume del limonero se empecina en hacerme regresar a esas tardes en las que los goles eran lo único que parecía tener importancia, cuando descubro con resignación que la felicidad se hallaba instalada en ese pequeño rectángulo de la provincia de Buenos Aires, la figura de un futbolista se erige con fuerza en mi cabeza. Entonces Fede frunce las cejas y se agazapa debajo del arco (unos postes hechos con tubos de plomería de mi viejo), comienza a dar saltitos de un lado a otro y se prepara para recibir el pelotazo. El pelotazo del jugador que elegí para que esa tarde fuera perfecta. Y da la casualidad que el futbolista casi siempre es el mismo. No sé exactamente por qué pero rara vez cambiaba de nombre cuando sentía la necesidad de festejar y correr por todo el jardín.
Hoy ya mayor, y con algunos pelos menos en la cabeza, puedo asegurar que mi admiración hacia él iba más allá de lo futbolístico; o decir que su juego era para mí lo menos importante. Con esto no estoy diciendo que no hiciera bien su trabajo sino que él como ningún otro había entendido en donde estaba parado. Su estilo respondía a los colores que vestía y eso hacía que la gente se lo agradeciera cada tarde. Garra, corazón, entrega, todo eso que un jugador necesita para vestir la camiseta de Boca lo tenía. Pero tenía algo más. Eso que hoy no abunda demasiado y que tiene que ver con la integridad de cada persona: tenía principios.
Y ahora que lo pienso bien. Ahora que el recuerdo quiere que lo traiga una vez más a la memoria. Ahora que éste se transforma en el detonador de infinitos momentos pasados y vividos, de imágenes que me llevan a ese lugar donde nací y del que pareciera que nada ha cambiado; o lo que es peor, a un presente que mira al pasado, un pasado idealizado en donde el ayer es la más rápida y fácil escapatoria. Ahora que lo pienso mejor, no solo era un pibe apasionado sino que, sin saberlo, lo que me unía a este jugador, era que yo también tenía principios.
Los que lo conocen bien cuentan que de chico ya destacaba en el barrio por poner la pierna fuerte; y en Platense, club en el que debutó, por ser un jugador de toda la cancha. No había nacido para ser una estrella, sino un obrero; un tipo con el que se podía contar, alguien que se sabía de ante mano que se jugaría la vida. Porque él era de esa clase, de esos jugadores que no se guardan nada, de esas personalidades que se destacan por poner en la cancha todo lo que tienen. No estaba en Boca porque jugara bonito, ni porque sobresaliera en ninguna posición. Estaba ahí porque tenía lo que tenía que tener. Y lo que el club exigía por encima de todas las cosas era lo que a este hombre parecía sobrarle: huevo. Su destino quiso que jugara en Boca al lado de Diego y figuras como Brindisi, Pernía, Mouzo, Benitez o Gatti; que fuera campeón en 1981 y que siguiera en el club de La Ribera por varios años; que atravesara la etapa más difícil de Boca y, sobre todo, que fuera recordado por un hecho que marcaria su vida para siempre.
-Te juro que cuando me enteré pensé que era una broma pesada.
-¿Una broma? Parece que se llevaron un buen pedazo.
-¡Traidores hijos de puta! Sabía que algo se traían. El forro de Guillermo les estaba llenando la cabeza.
-¿Y qué querés? ocho meses les debían.
-¿De qué me estás hablando…? Esto es Boca Papá. No hay nada más grande que Boca. Nada. Y vos lo sabés mejor que yo. Cuando jugabas en ese equipito de donde saliste no te conocía nadie. Viniste acá y te cambió todo. La vida. Le compraste la casa a tu vieja, cambiaste el auto, los pendejos se mueren por sacarse una foto con vos. ¿Qué me estás contando…? Si cuando mirás para atrás, te das cuenta de que si no fuera por Boca no serías un carajo.
-Tenés razón, pero…
-¿Pero qué…? estos pibes salieron de las inferiores, son de la casa, como van a hacer una cosa así. Lo que pasó fue que se les acababa el contrato y aprovecharon este quilombo para dar una puñalada trapera. Son unos hijos de puta. Unos desagradecidos…
En realidad esta conversación nunca existió. Nadie sabe bien como fue, ni lo que se dijo en esas famosas reuniones. Todos los que participaron de ellas contaron lo que se podía contar y lo que no quedó entre las paredes de La Candela. Lo cierto es que pasaron cosas, entre ellas, dos pases que nunca debieron haber sucedido. Menos cuando se trata de ponerse la camiseta del rival de toda la vida.
Pocos meses después de resuelto el conflicto, un jugador se cambia en el vestuario para salir a la cancha. Ignora por completo que esa tarde cambiará su vida para siempre. Mientras se prepara oye al técnico, una vieja leyenda del fútbol, que da las ultimas indicaciones. Sin embargo, este jugador apenas levanta la cabeza. No es que no lo escuche sino es que lleva varios días jugando su propio partido. Noches en las que no puede pegar un ojo. Días en que solo piensa en la gente de Boca. Entonces toma su camiseta y la mira, observa el número que le tocó llevar y se dice: <<El cinco de Boca no se perfuma>>. Sonríe. Luego acerca la camiseta a su boca y la besa, y una vez más vuelve a pensar en la gente que canta en la tribuna. Minutos después los jugadores de Boca salen a la cancha y el recibimiento es imponente. No cabe un alfiler y todo está dado para que comience el partido. El césped del monumental es una alfombra de papelitos y las hinchadas saltan en las tribunas. Buenos Aires se detiene y del estadio solo se oye un canto que atraviesa todo el país: Y DALE BOOO, Y DALE BOOO, Y DALE BOCA, DALE BOOO… Comienza el partido y los primeros instantes son de River que intenta tocar la pelota. Boca responde con garra y en pocos minutos el árbitro se ve obligado a sacar la amarilla. Llega el primer tiro de esquina y el área de River se llena de camisetas de Boca. La hinchada local comienza a cantar pero inmediatamente es tapada por la de Boca: RUGGERI HIJO DE PUTA, LA PUTA QUE TE PARIO, RUGGERI HIJO DE PUTA, LA PUTA QUE TE PARIO… Llega la pelota desde el córner y Ruggeri salta a rechazar el balón y, al caer, le da un fuerte pisotón a Passucci que no se da por aludido. En su lugar se ríe en su cara y parece decirle algo. Pero rápidamente interviene el árbitro y los amenaza con mostrarles la tarjeta. Entonces el técnico Xeneize hace un gesto a sus jugadores y les dice que toquen la pelota. El encuentro se hace trabado, desprolijo, aburrido; River es un poco más pero Boca se planta de contragolpe. Casi no hay situaciones de gol pero Passucci y Ruggeri juegan su propio partido: esta vez es Passucci el que intenta atender a Ruggeri que se libra por los pelos. El clima es tenso. Ambos jugadores no paran de agredirse y de insultarse. Las hinchadas responden con cantos y muy pronto el estadio monumental se transforma en una caldera. River avanza por la derecha con Morresi que llega hasta el fondo y tira el centro. La pelota pega en un hombre de Boca y cae en los pies de Alfaro que se la pone de taco a Gorosito. Pipo lo ve cerca a Francescoli y se la toca cortita. Enzo ve llegar a Montenegro que lo acompaña a gran velocidad por la izquierda y se la da con un pase sutil luego de hacer un giro extraño con el cuerpo. Montenegro tira un centro en dirección de Amuchástegui, pero la pelota atraviesa toda el área y cae en los pies de Alfaro. Alfaro vuelve a tirar un centro hacia adentro del área como si se estuviera riendo de la defensa de Boca y la pelota aterriza en las botas de Montenegro. Éste ve a Gatti adelantado y se la pone por encima de la cabeza. La pelota pega en el palo y entra: GOL DE RIVER… La hinchada local explota. En pocos minutos acaba el primer tiempo y los equipos se marchan al descanso.
Arranca el segundo tiempo y, a pesar de que la hinchada de Boca lleva todo el descanso sin parar de alentar, rápidamente River se hace con el control del juego. Boca insiste con plantarse de contragolpe pero pasan los minutos y nada cambia: River está cómodo con el resultado y Boca es incapaz de llegar con peligro. El equipo local juega su partido y el visitante es pura impotencia. Pero de pronto la gente de Boca pareciera querer despertar a su equipo y comienza a cantar con más fuerza. El canto retumba en toda la cancha y el estadio toma la forma del Coliseo romano. El resultado deja de tener importancia y el olor a sangre amenaza con adueñarse del encuentro. Passucci le gana una pelota en la mitad de la cancha al tolo Gallego y hace una pared con Stafuza que se la devuelve larga. La pelota se enreda en los pies de Ruggeri y entonces Passucci ve su oportunidad: se lanza con los tapones de frente y le pega una patada de potrero en la rodilla. Ruggeri queda tirado y la gente de River se vuelve loca. Passucci se levanta y se abre paso entre varias camisetas de River que apenas se atreven a decir nada (no lo hacen porque saben bien que si lo hicieran el partido se acaba y porque saben también que el que pega una patada así es el más polenta del barrio). Passucci se retira lentamente del campo sin mirar al árbitro que extrae de su bolsillo una tarjeta. Roja. La 12 baja su aliento desde la popular: PASSUCCI, PASSUCCI, PASSUCCI… Y Passucci abandona el césped del monumental saludando con el brazo derecho. Desde esa tarde, Roberto Aníbal Passucci, alias “El justiciero”, logra la inmortalidad y se convertirá en el ídolo que nació para encarnar el deseo del hincha: jugar en Boca y llevar su amor incondicional hasta las últimas consecuencias.
Entonces pateo con fuerza y la pelota se le cuela a Fede por encima de la cabeza. Es gol. Golazo. La tarde no puede ser más perfecta. Me abrazo con mi hermano y el nombre del Justiciero se instala en mi memoria para siempre…
Exelente lo conosco a Roberto desde que jugava en Flandria y siempre fue igual dejava la vida en cada pelota cuando yego a Boca conosiendolo savia que entre tanta estrellas su entrega tambien podia Brillar y ser Clave vinieron los años Duros y se quedo aun sin cobrar hasta de arquero jugo pero fue de los que bancaron los trapos ajustisio al TRAIDOR DE RUGERI Y NOS DIO LA LIGUILLA DEL 86 ALLA EN ÑULS NADIE NUNCA REPRESENTO COMO EL ESTILO BOCA ABANDERADO DE UNA RASA DE GUERRERO QUE INCLUYE A PERNIA AL CHAPA AL RUSO HARAVINA RIVOLSI SCHAVI KRASOSKI BLAS Y VARIOS MAS EL LLEVA ORGULLOSAMENTE LA BANDERA DE ESA RASA DE GUERREROS Y LO QUE HISO ESA TARDE EN EL VIDELA ESTADIUN NO SE OLVIDARA JAMAS
Gracias Pata, comparto tu reflexión; sobre todo cuando dices que Robert pertenece a una raza guerreros. Yo solo agregaría, a una raza de guerreros que ya no quedan.
Te felicito, me encanto. somos millones los que no nos olvidamos de él. hermosa tu historia, como ser de Boca!
Gracias Jorge, me alegro de que te haya gustado.
Ame me encanto tu relato
Gracias Gaby, me alegro de que te haya gustado.
Solo lo siente el que jugó en un potrero, el que es de Boca , el que ama el fútbol. “Justiciero “solo existe uno .
Gracias Joao, comparto lo que dices.
Muy bueno, exelente!! Gracias Roberto Aníbal passucci por todo lo que entregaste al club. Sacrificio, entrega y por sobre todas las cosas sentiste la camiseta como nadie, o mejor dicho como un verdadero hincha! Por eso me queda solo una una palabra… Gracias!!
Gracias Fede, comparto plenamente; mejor no lo podías haber expresado.