El enemigo perfecto…

Fue en un aula de filosofía hace mucho tiempo, yo apenas tenía tres pelos como barba y aún no sabía lo que era una mujer. Estaba limpio y un joven profesor, con un saco desgastado y un corazón lleno de ideas, daría una clase que marcaría mi vida para siempre.

Hay un tipo de hombre que poco a poco está desapareciendo  –dijo–, un tipo de hombre que camina lento, muy lento, ignorado por la gente y que en ocasiones descansa en un banco de plaza para darle de comer a las palomas.  

Hay un modelo de hombre que, lejos de parecerse a este nuevo hombre, por una extraña razón se muere en el anonimato. Es un abuelo que luchó en la guerra civil y que, junto a otros como él, supo poner en juego su vida por un mundo liberado de privilegios. Es un octogenario manso que mientras mira a dos niños pateando una pelota, recuerda los tiempos en que intentaba combatir la injusticia, el hambre, o los días cuando, entre sus camaradas, creaban bibliotecas para luchar contra el analfabetismo y educar a los más pequeños.

Y continuó…

Hay un viejo libertario sentado en un banco de plaza, de rostro afable y mirada vidriosa; un anciano que suele volar con la memoria y que al hacerlo, recuerda la voz de la mujer que admiró y de la que siempre estuvo enamorado: <El anarquismo es una ideología que tiene por pretensión ser la última reserva que le queda al socialismo; el anarquismo es igualdad y es justicia; es alimento para los niños, es estudio, y es la posibilidad para acabar con esas ideas que han apartado al hombre de su naturaleza; el anarquismo es amor, porque nos lleva a reconocernos y a mirarnos a los ojos; es la última expresión de un socialismo autentico, es la esperanza que el mundo tiene para mejorar las relaciones humanas…>

Hay un viejo anarquista que agoniza en el silencio y que es incapaz de entender como el hombre dejó de soñar para convertirse en una cosa. Es el enemigo perfecto –concluyó–, un modelo de hombre que nadie ve y que poco a poco está desapareciendo…

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