Si tuviera que hacer una autocrítica sincera de mis tropezones o de todos los errores que he cometido, seguramente no me alcanzaría esta página y tal vez necesite de algunas otras para enumerarlos.
Si tuviera en cambio que apuntar mis aciertos, o aquellas cosas de las que puedo sentirme orgulloso, es probable que esta hoja en blanco no se diferencie mucho de eso, de una hoja en blanco.
Si tuviera la capacidad de recordar cada uno de mis sueños, aquellos que me abrigaron desde pequeño, quizás pueda encontrar el motivo de mis viajes y por qué no, tal vez me acerque al que para mí es el mayor desafío: saber quién soy.
Si tuviera que enfrentarme al eterno misterio, ese que nos expone a un juego en donde el tiempo que creamos pareciera tener como objetivo mejorar nuestra especie, o hacer de cada avance un salto que nos impulsa a ir más allá, lo haría. Lo haría a pesar de todo.
Pero si tuviera la posibilidad de volver a experimentar el encuentro, aquel en el que la vida me cegó con su luz, ese en el que tus brazos hicieron posible que yo pueda recuperar la calma, no lo dudaría; no dudaría en congelar ese momento en el que el mundo por única vez se mostró afable y seguro. No, no volvería a cometer la torpeza de pensar en que algo podría superar ese instante…
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