El banderazo…

Hoy la indignación corre a través de la red como reguero de pólvora. Pero esta emoción es efímera y, a diferencia de la ira que unía a las masas, no transforma; apenas surte su efecto desaparece. Desaparece porque de lo que se trata no es de cambiar nada, sino de hacer ruido. Y sí que lo consiguen. Los periódicos son la prueba de que a ruidosos no nos gana nadie.

De estas convocatorias nace el banderazo. Que si bien tiene su origen en la pasión futbolera, hoy no es otra cosa que una protesta espontanea por parte de la sociedad ante una situación que reclama la mirada del gobierno. De un gobierno que podría tambalear si estos indignados así lo desearan. Si estos hombres y mujeres entendieran que en la unión y no en el ruido se encuentra el sentido de la mayoría de las causas.

En Argentina los banderazos están a la orden del día. Yo recuerdo uno que tuvo como protagonista a Lionel Messi. De esto hace ya varios años. Lo recuero no solo por la repercusión que tuvo sino por lo mal que me sentí. La selección Argentina volvía a quedar afuera de una competencia deportiva y este pibe cargó con toda la culpa.

 Lo cierto es que en aquella oportunidad hubo opiniones de todo tipo: estuvieron aquellos que literalmente dijeron un montón de pavadas; otros que se pusieron serios y priorizaron los problemas de hambre en el Chaco, o la mala atención en los hospitales públicos; los que salieron a poner paños de agua fría y a decir que lo dejen tranquilo; y los incondicionales de siempre que aprovecharon las redes sociales para demostrarle a Leo todo el cariño que despierta.

Recuerdo también que en aquella oportunidad, además de aquel sonado banderazo, destacó la carta de una docente entrerriana, no por su reclamo futbolero sino más bien por su contenido humano; una breve y sentida carta, en la que resaltaba de la importancia de tener valores. Valores que intentaba trasmitirles cada mañana a sus alumnos.

Pasaron varios años de aquel singular acontecimiento y son estos mismos valores los que hoy nos dejan al descubierto, son estos mismos valores los que siembran un sinfín de dudas sobre el tipo de sociedad que venimos construyendo. Porque el problema no está en las ideas de un determinado signo político sino más bien en el compromiso con que se las afronte. Ya que yo no me animaría a decir por ejemplo: que el Liberalismo no sirve cuando dentro de sus bases están enraizados los valores del Siglo de las Luces; tampoco me arriesgaría a decir que el Marxismo es un fracaso sin antes analizar quienes fueron los líderes que lo llevaron a cabo. Mucho menos me animaría a creer, sin ser peronista, que Perón hubiera estado contento al ver las atrocidades que se vienen cometiendo en su nombre.

Son estos mismos valores los que se traicionan cuando intelectuales del espacio llamado “Carta abierta”, en lugar de hacer un mea culpa, salieron a defender al que para mí, y tal vez para muchos,  fue “el gobierno más corrupto de la Historia Argentina”.

Por eso antes de avanzar con cualquier cruzada, la que sea que se nos plantee, debemos aprovechar el dolor para pensarnos individualmente. Exprimir esta sensación de amargura, quedarnos en silencio por un buen rato e intentar imaginar en qué tipo de lugar queremos vivir; y mientras dura este ejercicio, preguntarnos si en verdad deseamos ser vistos como ese país futbolero en donde abunden los personajes sobrecargados de testosterona (aquellos tipejos absurdos que se creen con derechos para decir cualquier barbaridad), o queremos pertenecer a una sociedad donde prime la cordura, la igualdad, el respeto y la justicia.

Nos queda un largo camino es cierto; un derrotero que no solo compromete a gobernantes, políticos, comunicadores, funcionarios, o miembros de la cultura, sino que también exige un gran esfuerzo por parte de todos; un compromiso que nos obliga a poner nuestros ideales a un lado con el principal objetivo de crear políticas de Estado. Un esfuerzo real y verdadero, para que de una vez por todas se den solución a los problemas que se vienen arrastrando desde hace mucho tiempo.

Han pasado varios años de aquel banderazo y sin embargo nada ha cambiado. La amargura, el dolor, la bronca, la desesperanza, son palabras que crecen en el interior de la sociedad como pequeños tumores. El mundo avanza y en Argentina una corriente ideológica pretende hacerle creer a la gente que en la pobreza está la cura. Pasaron varios inviernos de aquella demostración de fidelidad y esta convocatoria que hoy llama con urgencia a nuestra puerta no es en relación a un futbolista, ni es tampoco en alusión al dolor de un padre que ha perdido injustamente a su hijo; no es en respuesta a la impotencia o a la indignación, sino es más bien un acto de conciencia. El Banderazo que hoy tiene lugar es el reclamo vivo de un pueblo que no se resigna y que exige ser tratado con respeto: es la vigilia permanente de los próceres que dieron su vida por ese ideal que brama desde el interior de la pampa…

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