Desarraigo…

Grecia, envuelto en una dulce melodía recorro sus calles y me dejo llevar por la nostalgia que me invade de recuerdos; por las primeras experiencias, y por las historias que oía de niño con entusiasmo.

Pasaron más de diez años y pareciera que en mi pueblo nada ha cambiado. Al menos la gente sigue siendo la misma: los hombres fuman al tiempo que arreglan sus redes y se preparan para zarpar, las mujeres hacen sus quehaceres pero sin ocultar el miedo al que se enfrentan los pescadores. Pasó mucho tiempo y este silencio aun lo conservo, no  por ser un estado al que pretenda evocar, sino porque a través de él descubriría la idea de la muerte. La muerte de mi padre.

Pero me alejo de los pensamientos que me hacen daño y pienso en este nuevo horizonte que se abre ante los ojos de los pobladores, pienso en las armas y en esta revolución que me llama a poner el hombro y me recuerda que, a pesar del tiempo, nunca he dejado de pertenecer a esa tierra. Entonces una lagrima brota y otra la acompaña, lleno mi pecho de aire y me convenzo de que volver fue la mejor decisión.

<Sin embargo me faltan palabras> –pienso–. <Zante es el lugar donde nací pero el idioma que he adoptado desde hace años me dice que ya no soy el mismo, que todo eso que viene a mi encuentro no es más que una vieja evocación a la que no soy capaz de responder>. La pena me invade y con dolor descubro que soy un poeta incapaz de poder describir los sentimientos del lugar en donde ha nacido.

Y continúo recorriendo las calles, con este sabor amargo, ávido por recuperar las palabras que he perdido, sabiendo que la fractura que yace en mí interior es la remembranza de una poesía cruel y dolorosa. Continúo como un extranjero invadido por sensaciones que no encuentran respuesta.

Pero lejos de hallar consuelo, insisto en Platón quien desde un rincón me habla de la palabra reminiscencia y me dice que todos los recuerdos pertenecen al alma y al mundo inteligible de las ideas, y que ningún país podrá quitarme jamás eso que nació conmigo. Y entonces siento como el entusiasmo de la gente me atrapa, como lentamente voy recuperando las conversaciones de mi madre, y como su voz, se transforma en el bálsamo que necesito para seguir adelante.

Y pronto descubro que, todos ellos –los recuerdos– no son más que  la prueba de que viví detrás de algo que desconocía, que he sido un extraño para mí mismo y que esos pasajes vividos ya no me pertenecen; que esta exploración que tuvo comienzo hace tantos años no es más que una culpa que me enfrenta a la mujer que amé, y a esa pequeña porción de tierra evocada en la Odisea de Homero.

La melodía es ahora una poesía muda que me acerca a la cálida expresión de un niño que sufre la pérdida de su padre. Es también la calma que antecede al despertar, la música que aviva un sentimiento dormido y da paso a un nuevo horizonte. Camino y paso a paso las palabras van brotando de mi alma, poco a poco descubro que llevo en la sangre los sueños de una gran civilización, que llevo la guerra y el dolor de los grandes maestros. Descubro también que el desarraigo, además de un malestar, es una fractura que la sufren los hombres cuando los líderes pierden la cabeza.

Grecia se prepara para levantarse y el tiempo es testigo de que la libertad es la fuerza más poderosa. Nunca antes me he sentido mejor, esta esperanza que alimenta mi alma, es la última posibilidad que tengo de redimirme…

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *