Conciencia…

Hoy la información es como un virus; un caudal enorme de datos que no se dejan atrapar y que alcanzan cada rincón del planeta; una serie incontable de símbolos pululando por el ciberespacio que acaban en un conjunto de celdas unipersonales incapaces de avivar una hoguera. Esas celdas unipersonales somos nosotros que, ante el nocivo exceso de noticias que nos invaden, hemos abandonado la causa y con ella la fuerza que la sostenía: el ego se ha disparado y el espíritu revolucionario, perdido.

El conocimiento en cambio posee un aura distinta, y a diferencia  de la información que necesita de la velocidad,  éste tiene su origen en la reflexión; a diferencia de los datos que no necesitan detenerse, el saber tiene su morada en el aburrimiento. Hoy poseemos mucha información pero carecemos de tiempo para conocer.

La conciencia se alimenta del saber y tiene por naturaleza un carácter curioso. Habita junto a nosotros desde el primer instante, pero es acallada cuando comenzamos a dar nuestros primeros pasos. La conciencia tiene gran predilección por el saber y, aunque no siempre ocurre, es el único que puede liberarla.

Pero la conciencia nunca nos abandona y, a pesar de ser relegada o despreciada por la voracidad de la historia, espera pacientemente la ocasión para alcanzarnos con su voluntad: luz que se filtra por pequeñas hendijas que se abren cuando en nuestro interior nos invade el misterio.

Entonces ya no es la noticia sino la esperanza la que alimenta nuestro corazón, es la imagen que se dispara en nosotros y nos sobrepasa; es ese flashback que nos refuerza la idea de que la conciencia está en nosotros y no en el ronroneo absurdo de la burbuja en la cual estamos atrapados…

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