Ciclotimia…

Es hora de dejarlo, es tiempo de que el lenguaje busque otro rumbo; por momentos la comunicación me llevó a desnudar parte de mi alma y la literatura fue el motor que hizo posible el encuentro. Es hora de dejarlo, ha llegado el día en que la escritura se vuelva más personal, menos extrovertida, más íntima.

En ocasiones llega el momento de decir basta, pero en mi caso particular este basta no está fijado por una regla sino que está motivado por una gran inseguridad, un trastorno que tiene su origen en la niñez y en las épocas en que los padres estaban sobrados de amor pero escasos de psicología. En los tiempos en que los maestros confiaban en métodos que hoy han quedado obsoletos.

Y por si fuera poco, luego llega el mundo y te machaca, y te hace saber que estás condenado a cargar con todas esas inseguridades; llega éste con sus normas para que, en cada paso que des, sientas que estás pisando una arena movediza.

Entonces la ciclotimia te acompaña para no abandonarte, y te hace parte de una realidad que no te convence, pero luego de tanto insistir, llegas a la conclusión de que las cosas son lo que son y ya no puedes hacer nada para cambiarlas. Una parte de ti se muere y esta cascara nauseabunda y ambivalente cumple con su objetivo.

Hasta que un día entiendes que el fracaso no es más que una palabra, un vocablo, una expresión que solo está ahí para hacerte abrir los ojos; descubres que lo único que verdaderamente importa no son todas esas reglas o esas convenciones, ni nada de lo que pretendieron hacer contigo, lo único que importa es lo que tienes adentro.

Y como todo anarquista que aprende bien la lección, hice caso de las palabras de una amiga italiana, también anarquista, quien, entre risas y latas de cervezas, me dijo algo que hasta el día de hoy me sigue haciendo ruido: “el arte se regala”. 

No sé por qué digo todas estas cosas, pero lo cierto es que esta amiga de la que les hablo pintaba unos cuadros preciosos, en su mayoría retratos, que antes de que alguien pretendiera comprarlos ella ya los había prometido. La verdad es que esta apasionada del arte tenía una gran admiración por un pintor de su pueblo, un jubilado que vivía en una casa atiborrada de telas a las afueras de San Gabino; un hombre que sólo prestaba sus cuadros cuando tenía lugar alguna exposición. Pussu es un verdadero artista –decía. Y al hacerlo, sus ojos se llenaban de brillo.

Y ahora que lo pienso, tal vez la culpa la tuvo el gran Macedonio, quien inconscientemente me alcanzó con su inmensa sabiduría; a lo mejor fue este vagabundo incansable que por un momento se apartó de sus anotaciones y con un gesto elocuente me hizo reparar en esas palabras que me habían hecho tanto ruido. Aunque si lo pienso bien, él jamás lo hubiera dicho así.

Pero lo cierto es que la ciclotimia está ahí, y con los años he aprendido a sobrellevarla; con los años nuestra relación ha cambiado y, por momentos, pareciera que ha decidido dejarme a mi aire; no porque tenga intensiones de echarse a descansar, sino porque sabe que el mundo es perfecto, solo cuando tenemos libertad para mirarlo desde lo más alto…

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