Bodas de oro…

Villa Adelina, año 1965…

–<Pareciera que esta noche las estrellas intentan comunicarme algo> –se dijo Carlitos antes de ponerse el traje.

La misma noche, pero en Martínez.

–Son como mágicas luciérnagas –le dijo Dora a su hermana mientras recogían la ropa de la soga.

Y la verdad es que la noche siempre encierra un misterio, algo oculto que, en ocasiones, pretendemos develar con palabras; frases que brotan espontáneamente y que navegan por un cielo oscuro en donde convergen fugaces ensoñaciones, mágicos resplandores que bailan incansablemente y que guardan un secreto. Pero sucede que todas estas palabras que surgen de este milagroso asombro, la mayoría de las veces tienen un sentido equivocado. Todas excepto una. Y esa palabra es el amor. El amor que nos sorprende una mañana cuando vamos al trabajo; el amor que nos elige cuando creemos ver al hombre o a la mujer de nuestra vida; el amor que a la orilla del río hace un pacto con la luna para que nos proteja. Y entonces un día toca nuestra puerta y ya nada es igual. No solo experimentamos una transformación sino que esta repentina metamorfosis nos convierte en personas distintas. Mejores. El espejo lo confirma con una sonrisa y todo a nuestro alrededor parece iluminarse. Su meta no es ya alcanzarnos, sino habitar en cada una de las cosas que nos rodean. Y si bien no somos del todo conscientes de su objetivo, una vez que lo experimentamos, rara vez nos sentimos más vivos.

Horas después y ya dentro del club.

–Chango me gusta esa, la del vestido azul –dijo Carlitos que se moría de ganas de bailar.

–Dale Pelo, yo voy con la amiga –respondió el chango que se tomó el potrillo del tirón para envalentonarse.

Entonces los muchachos se presentaron y las chicas sonrieron. Carlitos clavó su mirada en la morocha y pensó en aquel cielo que parecía ocultarle algo. Dora pensó en las luciérnagas y sintió un cosquilleo en el estómago. De pronto comenzó a sonar un tema de Juan Ramón y Carlitos tomó a Dora de la mano sin decirle nada. Ella se dejó llevar por  el entusiasmo de él y en un momento estuvieron en la pista. En la sala de baile no cabía  un alfiler y sin embargo nadie pudo impedir que se hicieran un hueco. La música pretendía hacerles perder la cabeza pero eso ya había pasado: no podían dejar de mirarse. A Juan Ramón le siguió palito Ortega y entonces Carlitos se dio cuenta de que jamás había tenido el corazón tan contento. Luego comenzó a sonar un Rock y se tomaron de la mano como si lo hicieran desde siempre. Y entonces, tema va tema viene, el amor llamó a su puerta y pronto se dieron cuenta de que habían nacido el uno para el otro.

Meses después pasaron por el registro civil y decidieron gritarle al mundo que se habían enamorado. De esto hace ya algunos años. Tantos que al final tuvieron su recompensa y hoy ostentan un título que está reservado para una minoría. Un premio que los convierte en eruditos de la única materia que hace funcionar el universo.

Hoy si alguien me pregunta cómo se hace, yo solo tengo que imaginarlos bailar rock and roll; si alguna persona está interesada en saber lo que pienso sobre el amor, yo solo tengo que pensar en mis viejos…

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