Alienígenas…

Están aterrados; algunos tienen miedo de volver al pasado, otros piensan que deberán retornar a los tiempos en que creían en la violencia. Están muy preocupados, de hecho en la última conferencia han decidido tomar cartas serias en el asunto.

Y lo cierto es que en un principio se divertían, y nos veían como a esos niños que juegan a los soldaditos; se juntaban frente a unos grandes televisores y mientras disfrutaban de un aperitivo observaban cada una de las cosas que hacíamos. Desde un comienzo la tierra les pareció un planeta fascinante, y hasta nuestra aparición creían que estaban solos. Pero este descubrimiento lejos de provocarles preocupación les abrió una luz de esperanza. Fue así que esta distracción no solo pasó a formar parte de su vida, sino que su ocio los transformó en testigos directos de cómo íbamos sorteando cada uno de los obstáculos que se nos presentaban. Nuestros primeros pasos fueron registrados con celo y de esta forma nos convertimos en su mayor entretenimiento. Ellas no podían evitar mirarnos con un deje de espanto y ellos no disimulaban su fascinación al ver que, en nosotros, se veían a sí mismos en un periodo anterior. Ellas no dudaban en llevarse una mano a la cara y ellos en cambio se quedaban atrapados por las imágenes que parecían revelarle una verdad olvidada hacía muchos años. Y entonces alzaban sus copas y se reían, o aplaudían algunas de nuestras ocurrencias y se comentaban entre ellos. –No se pierdan a este muchacho, parece que se ha creído el dueño de la tierra. O veían las proezas de Atila y se decían sin ocultar su desconcierto: –Éste sí que es un auténtico retrasado. Pero la verdad es que se lo pasaban bien, los televisores nunca dejaban de funcionar y a toda hora podían ver las cosas que hacíamos. Torquemada por ejemplo, siempre les pareció patético; de hecho la mayoría coincidía en que debía salir del armario. Napoleón en cambio, los hacia descostillar de la risa; su crueldad  quedaba en segundo plano y sus encuentros con Josefina eran los ratos que más disfrutaban. Pero después la risa le dio paso al asombro y entonces entendieron que nuestra relación con la guerra era una cosa seria. Luego vinieron las bombas de Hiroshima y Nagasaki y del asombro pasaron a la preocupación. Preocupación que se hizo más evidente con la carrera espacial.

Hoy están verdaderamente aterrados. Tal es así que están pensando en construir una barrera magnética que nos impida llegar hasta ellos. La idea de utilizar la tecnología para construir armas de defensa les parece absurda. En la última conferencia quedó bien claro que las armas son para los imbéciles.

Pero lo cierto es que tienen mucho miedo. Miedo porque ven países que lo tienen todo y sin embargo insisten en continuar con ideas que no llevan a ningún lado. Miedo porque ven imperios que en lugar de aprovechar los avances de la ciencia persisten en disputarse la hegemonía.

Están aterrados; lo sé porque el otro día me encontré con uno de ellos en la calle. Yo iba de camino a mi casa y éste me paró para decirme si no le podía comprar un bocadillo. Un bocadillo de queso y tomate –me dijo. Y entonces, mientras se lo daba, sentí que debía quedarme un rato; ya que su mirada (una mirada completamente apartada de todo), me llamó poderosamente la atención.

Pero él no dijo una sola palabra hasta que se acabó el bocadillo. Luego al ver que yo me disponía a marchar me tomó del brazo y con una serenidad nunca antes vista me dijo: –una junta de analistas ha determinado que vuestro mal se debe a una gran carencia. Y por ello algunos piensan que lo mejor es mandar un grupo de voluntarios a la tierra. Una expedición que se mezcle entre los humanos para hacerles entender que, sin amor no se llega a ninguna parte…

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