Una frase…

En primer lugar voy a decir que estoy enfermo. Segundo que esta  enfermedad no tiene cura. Tercero que la medicina no puede hacer nada por mí. Y si no puede no es porque no esté interesada sino porque su función solo pasa por convertirme en un sujeto de rendimiento.

¿Cómo sé que estoy enfermo? bueno, cuando llevas años sintiéndote apartado es una prueba de que algo no anda bien. Pero lo peor de esta enfermedad no pasa por ahí, sino por sentir una voz que martillea todo el tiempo en mi cabeza. Una voz que si bien no tiene malas intenciones, no respeta sueño ni vigilia.´

Y lo cierto es que es realmente un tormento. Hoy por ejemplo me desperté a las cinco menos cuarto de la mañana. Ayer he dejado una conversación con gente maravillosa porque esta voz me insistía en que podría estar mejor en mi casa.

Tengo que decir que este síndrome o esta enfermedad no es algo que tenga que ver con la madurez sino que apareció cuando yo apenas era un niño. Un día me llegó un libro de Micheal Ende y entonces puedo asegurar que me cambió la vida. El libro era “La historia interminable”. Y si bien esto lo supe de mayor tengo que reconocer que desde ese día  ya nada volvió a ser como antes.

Pero la literatura a veces no es suficiente. Menos cuando eres un niño. Porque el mundo en el que estás atrapado lleva haciendo planes contigo sin decirte nada. No solo le importa un bledo Michael Ende sino que le importa un bledo que seas un niño. Éste solo quiere verte crecer y su sueño, no tú sueño sino su sueño, es que te conviertas en un sujeto productivo.

Entonces creces y te transformas en lo mismo. Quiero decir en la victima, quiero decir en todo lo que supones que eres pero que en verdad no es así.  Y si digo no es así, no es porque seas un mal tipo o porque tu corazón no albergue buenas intenciones, sino porque tú no eres todo eso que tiene lugar fuera, eres más bien todo eso que tiene lugar dentro.

No, no existe psicología, no  existe religión, no existe ninguna entidad que pueda resolver este problema. No existe santo, maestro o gurú que pueda experimentar la vida por nosotros. Y si así fuera, seguramente, estaríamos desperdiciando la única posibilidad que tenemos. Que tenemos de saber.

Lo cierto es que a Michael Ende, le siguieron, Twain, Salgari, Verne, London y Poe; luego, de adolescente, tuvo lugar la filosofía, y ya de mayor, me he convertido en un esclavo de la literatura. Pero aun así sigo sin poder saber, sin poder resolver el problema de esta enfermedad; de esta enfermedad que al mismo tiempo se ha convertido en el único remedio que encontré para no deprimirme del todo.

Hoy al menos puedo decir que me queda el consuelo, o el alivio de haber descubierto el verdadero significado de algunas palabras. Descubrí por ejemplo: que homo es sinónimo de posibilidad y sapiens es sinónimo de muerte. Que filosofía es amor a la sabiduría y que ciencia no es amor sino más bien un camino transhumano. Descubrí también que la política no es privilegiar al otro sino convertirse en un privilegiado. Descubrí algunas otras cosas, cosas de similar importancia, pero lo más provechoso que pude descubrir en todo este tiempo fue una frase; una frase que le corresponde a un sabio de la India: «Cada hombre es un Dios en si mismo…»