Miedo…

No, no puedo. No puedo no porque no quiero sino porque mi cabeza lucha con el final. Me pasa constantemente: el impulso no es suficiente y junto a éste la energía se desvanece provocando la muerte; la muerte de una historia que no ha sido capaz de materializarse. Me pasa todo el tiempo, es una carrera por fecundar la palabra, pero el óvulo en el cual se haya atrapada carga con una rareza que tiene que ver con las singularidades de los tiempos que corren.

Se dice que padece de un síndrome, una suerte de anormalidad que ha fortalecido su coraza al punto de convertirse en un huevo casi impenetrable (digo casi porque, aunque los tiempos hayan cambiado, continúa enamorado de las historias). Pero lo cierto es que, esas historias que antes se presentaban como una posibilidad ya no son las mismas, han dejado de serlo porque el motor que las impulsaba ha sido sustituido: el hombre fue brutalmente desplazado y en su lugar un exceso de información ha dado como resultado un sonido lineal y perenne que se ha introducido en el dispositivo con el único objetivo de perpetuar el vacio.

Todo no es más que un acto repetitivo. Repetitivo y reactivo que ha provocado en el hombre un exacerbación de la vida y un desprecio por la muerte; un fuerte deseo de inmortalidad que ha desembocado en un juego narcisista en donde el yo es el único que tiene la última palabra. La excrecencia domina la escena y en este nuevo escenario la vida y la muerte han sido superadas: la era de los zombis al fin ha llegado.

No, no estoy leyendo los signos correctamente, y esta falta de coherencia ha provocado que el ovulo se cierre. Esa falta de sensibilidad no solo ha motivado su indisposición sino que pareciera estar harto de oír las mismas palabras. El fanatismo ha logrado atraparme y hoy no soy más que un fanático  incapaz de ver una salida.  El significado se halla  sobreestimulado y este hecho provoca que nada tenga lugar con normalidad: la idea carece de tiempo para desarrollarse y esto impide que la imagen y el sonido se reconozcan.   

Estoy perdido, lo sé. Pero lo peor de estar perdido no pasa por sentirse incapaz de cambiar nada sino por entender al ovulo. A ese ovulo que nació siendo libre y que hoy no es más que un órgano que muere sin conocer sus posibilidades. Estoy perdido y, sin embargo, no me queda más remedio que seguir intentándolo; quiero decir, tomando un nuevo impulso hasta que éste se deje atrapar por esa energía que está en todas partes y que es la única responsable de que las cosas puedan cambiar.

Me pasa todos los días, los signos me azotan, me golpean, una y otra vez con dureza, sin que sea capaz de entender que hay detrás de su permanente insistencia; éstos insisten, gritan, imploran, su eco retumba sin piedad sobre mi cuerpo que, en lugar de encontrar una salida, se queda paralizado. No, ya no estoy tan seguro de que sea el final lo que provoque el fracaso, sino más bien el miedo a crear una nueva palabra, una que, definitivamente, pueda cambiar el rumbo de las cosas…