Revelación…

En un intento de poner fin al dolor, me sumergí en el más oscuro ostracismo. Bajé por una estrecha escalera y, sin saberlo, me introduje en una profunda penumbra. Más tarde, ya cuando advertí que a mí alrededor no se hallaba ninguna salida, levanté la cabeza y noté el reflejo de una luz que llegaba desde la superficie. Entonces descubrí que yo no era más que un hombre entablando una lucha por sobrevivir.

Se podría pensar que esta decisión vino motivada por la edad, o por querer encajar dentro de una sociedad que se mostraba esquiva y distante. Sin embargo, eso no era del todo cierto, porque lo peor de sentirse al margen, no pasa por encajar dentro de un grupo de personas, sino más bien tiene que ver con la idea de sentirse sólo.

Y si bien nunca estás del todo solo (ya que siempre existe un familiar o alguien que está de tu lado), esta o estas personas que te rodean, a pesar de su amor, a pesar de su apoyo, en ocasiones incondicional, no pueden hacer nada para ayudarte. Esa lucha solo te corresponde a ti y tú decides si avanzas o te quedas empantanado.

Es ahí cuando descubres que la vida está plagada de misterios, cuando entiendes que todo es más complejo o simple de lo que parece. Es ahí cuando por primera vez te acecha la idea del laberinto.

Y continúas así por algún tiempo: perdido. Sintiendo como la confusión se regocija a tus espaldas. Y te aferras a la masa, por miedo; ignorando que ellos están tan aterrados como tú; tan perdidos como tú jamás lo hubieras imaginado. Te aferras a la multitud y te dedicas a interpretar sus mismas parodias, sus mismos grotescos y dramáticos personajes. Te dedicas a buscar lo mismo. No porque sea algo que nazca de ti sino porque es lo mismo que hacen todos. Continúas así, atrapado, por ese escenario que pretende hacerte creer que eres el dueño de tu propio destino.

Y entonces, una vez más la realidad se choca de lleno en contra de ti, una vez más ésta te abofetea y te hace saber qué nada de lo que provenga del exterior puede hacerte alcanzar ningún puerto. Te clava la mirada y por una vez parece ponerse de tú lado. Pero tú no confías.

Sin embargo, el explorador o la exploradora que llevas dentro, nunca descansa. Es alguien que nació contigo y que por una extraña razón ha sido apartada de tu lado. Es también una superviviente que volvió del silencio para luchar espalda contra espalda contigo. Y para ayudarte en la única batalla que no puedes perder.

Y es así como vas descubriendo cosas, cosas que nunca supiste que estaban ahí, o que simplemente no viste porque estaban demasiado cerca. Cosas al alcance de tu mano y no les prestaste atención; tal vez porque no tuviste que hacer ningún esfuerzo o sacar nada de tu bolsillo para obtenerlas. Y entonces un día coges un libro, o descubres un nuevo rostro, caminas por la  orilla del mar, o te deslumbras con una puesta de sol; entonces una mañana abres los ojos y comprendes el significado de una palabra; de una palabra que canta, que baila y que se alza como una estrella viva e incandescente.   

Y envuelto en ese hálito de claridad (que te hace verte desnudo y despojado de todo), te das cuenta de que estas inmerso en una partida que se viene desarrollando, en un juego en el que estás solo y en el que el tiempo es el único testigo. Sin embargo, ya nada puede detenerte, la conciencia se hizo carne y esta palabra que acabas de descubrir brilla dentro de tu corazón. Nada puede detenerte: la partida tiene un fin y ese fin tiene que ver con tu vida…

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