El ilusionista…

Domingo, mientras desayuno navego por unos instantes con el pensamiento y me dejo llevar por la claridad que entra por la ventana. La mañana se muestra amigable y por un momento me quedo atrapado en los rayos de sol que intentan seducirme. Luego tomo un sorbo de café y llego rápido a la conclusión de que salir a dar una vuelta puede ser una buena idea. Pero antes de tomar cualquier decisión me inclino por leer el periódico. Y protegido por esa sensación que me envuelve, me acerco hacia el ordenador y lo enciendo, busco el diario y leo algunos de los titulares: “El Papa pide a Israelíes y Palestinos retomar los diálogos por la Paz. Más de la mitad de la gente cree que el vicepresidente debe irse. El Estado le financió una cirugía al acusado de cinco crímenes. La selección ganó y Messi encendió la ilusión de todos los argentinos…”

<La idea de comenzar con el Papa no es mala>–pienso. Y a pesar del interés que me despierta la nota no estoy del todo convencido. Y lo cierto es que la figura del Papa Francisco me generaba un gran respeto, no sólo por la gran sorpresa que me causó, sino porque  cuando lo vi salir por ese pequeño balcón del vaticano luego de su nombramiento me pareció un buen tipo. <Un argentino bueno –me dije–. Eso sí que es un buen motivo para enorgullecerse>. Por otra parte (y esto me afectaba directamente), este hecho tan particular había provocado, además de asombro, una sensación de que todo era posible; ya que no solo despertó a ese escritor dormido sino que se transformó en una inyección de confianza. A partir de entonces sentí la gracia de quitarme un gran peso de encima. Finalmente decidí dejar el artículo para más adelante.

<La dimisión del vicepresidente no es una noticia menor>–pienso. Y si bien confirmaba una vez más  la corrupción que se viene llevando a cabo en el país desde hace décadas, que la justicia sea capaz de llamar a declarar a un funcionario de ese calibre generaba un gran avance. De todas maneras consideraba que este hombre debía seguir los consejos de la gente y retirarse. Pero pensar que la moral y la ética fueran capaces de vencer a la necedad y la prepotencia era ir demasiado lejos, pensar que un día la justicia podía llegar a ser noticia en Argentina constituía una conquista que nadie era capaz de creer. De todas maneras, supuse que la idea de abordar esta nota me llevaría a despertar sentimientos que no eran los más convenientes para una soleada tarde de domingo.

<Me niego rotundamente a leer la siguiente noticia> –me dije–. Qué el Estado se vea involucrado en un hecho semejante me genera serias dudas>. Y si bien, a pesar de su frondoso prontuario, el paciente estaba en todo su derecho, en Argentina, no era extraño sospechar que una decisión como esa estuviera atravesada por la polémica. Y aun cuando la resolución podía ser tomada como modelo para la sociedad, estaba claro que en manos de los gobernantes argentinos hechos como estos solo podían ser utilizados con el fin de perpetuarse en el poder.  Evidentemente no iba a encontrar nada bueno por este lado, y sin pensarlo demasiado me distancié de ese título y dejé la moralidad para otra tarde menos prometedora.

El Mundial en cambio tenía otro color. Hablar de fútbol era hablar de pasión, de identidad, era volver a ilusionarse; y cuando entre los títulos de un periódico figuraba el nombre de Messi el entusiasmo estaba justificado. Y nadie que estuviera en su sano juicio podía opinar lo contrario. La pulga era el jugador del momento, pese a quien le pese, y la copa del mundo era la mejor ocasión para ratificarlo. Argentina tenía buenas razones para soñar y, una vez más, los dioses habían elegido este país sudamericano: el nuevo mesías había nacido en Rosario y vestía con la camiseta albiceleste.

Por otra parte Brasil jugaba de local y, como buen anfitrión, tenía la posibilidad de hacer feliz a todo su pueblo. Otra vez el fútbol les brindada esa oportunidad y parecían conscientes de eso: habían gastado millones en la organización del Mundial, Neymar estaba en plena forma y su técnico había formado un buen equipo. La sombra del Maracanazo aún estaba viva y por ningún motivo iban a permitir que esta vez nadie les sople la oreja. Mucho menos un argentino.

Y al pensar en esta y otras cosas que rodeaban la copa del mundo, viejas imágenes de la selección Argentina aparecieron de pronto en mi memoria; viejos registros, videos de antiguos mundiales pretendieron hacerme recordar algo que no acababa de entender: Ratín estrujando el banderín de Inglaterra, Luque lanzándose en palomita, el Matador entrando con fuerza sobre la defensa de Holanda, Diego solo en una carrera interminable contra todos los ingleses, Cani y el gol más importante de su vida.

Pero esta última alusión que por un instante pareció tan lejana, no se quedó ahí sino que se continuó con una cadena de recuerdos que me llevaron a Retiro, a la 9 de Julio, al Obelisco; y desde la canina de un viejo Bedford veía a la ciudad vestirse de celeste y blanco, veía papelitos cayendo de los edificios; desde ese viejo camión que no paraba de balancearse, las lágrimas daban paso a los abrazos, y los coches con sus bocinazos acompañaban un grito que nacía de lo más profundo: “¡VAMOS VAMOS ARGENTINA, VAMOS VAMOS A GANAR, QUE ESTA BANDA QUILOMBERA, NO TE DEJA, NO TE DEJA DE ALENTAR…!”

Entonces sentí que la ilusión se había desatado por completo, y que  todas esas imágenes que guardaba de otros mundiales no se habían despertado por capricho, sino que lo que pretendían era hacerme recordar que mi lugar estaba en esa tierra sudamericana, en ese lugar en el que había nacido y en donde la pasión encontró a todo un pueblo. Y ese pueblo era el pueblo argentino.  

El domingo sí que prometía y con mucho esfuerzo intenté alejarme de la excitación para imaginar ese mundial que estaba cerca. Con mucho esfuerzo logré dejar a un lado el fanatismo y analicé las posibilidades concretas de llevar a cabo el sueño de la selección Argentina. Y entonces recordé viejas leyendas que hablaban de este pibe de la foto en las que contaban que, ya desde muy chico cargaba con una obsesión; el potrero pronto se convirtió en parte de su vida y cada espacio de tierra, cada rincón de su casa, cada centímetro de su mundo se había transformado en la posibilidad de celebrar esta rareza. Porque más que una virtud lo que este pibito poseía era un talento natural jamás visto. Su pie izquierdo no controlaba la pelota sino que la pelota parecía haber encontrado en él la pareja ideal para dejar a todos con los ojos abiertos. El domingo no podía ser mejor, la mañana no solo se mostraba afable, sino que me ponía ante un jugador distinto; un Argentino nacido en Rosario, un genio con acento rosarino que había venido a este mundo portando una misión: convertirse en un ilusionista de la vida…

Un comentario en «El ilusionista…»

  1. Muy buena idea la de hacer un libro con tus viñetas. En este artículo buscá que hay algunos errores de tipografía (gabina, legenda, por ejemplo). En lo demás, digo que tiene ritmo que por momento se pone lento. Pero vale la pena escribir lo que sentís, por qué vale mucho tu sentimiento y tu forma de escribir. Vale un abrazo fuerte de un amigo en la distancia.

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